23 febrero 2011

Salto y castigo


Lo que la novela decimonónica es a la narrativa, el baloncesto lo es al deporte: un concentrado de comportamientos inusuales, cuya intensidad y emoción nace, como en la novela, simultáneamente de personajes que podrían ser uno y quienes nos rodean, pero también de seres cuyas fatigas nos son inexplicables. El ciclismo y la maratón exigen energías sobrehumanas, y si el símil los esquiva es porque el esfuerzo individual solo compite, rivales aparte, con las propias fuerzas, mientras el que exige mezclar el esfuerzo propio con el ajeno, que representan tus compañeros, aúna ese rasgo, que no es menos novelesco que real –el sacrificio de nuestras mejores energías a las necesidades concretas y cambiantes del entorno, ya sea laboral, afectivo, o sentimental. Raskolnikov, Ahab, o Josef K. cargan sobre sus hombros un peso que les excede, como si para acarrearlo durante 500 páginas hubieran de medir… dos metros ocho centímetros, que es lo que eleva Blake Griffin cada vez que su trabajo le obliga a poner el codo a tres metros del suelo. Intenta moverte a esa velocidad, con esa precisión, con la coordinación que requiere la mezcla, frente a esa defensa. Es imposible. Aún midiendo 1.75, te mueves como… Ken Follet.

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