20 enero 2011

astilla de pobre árbol

También el conflicto vasco se explica en la decisión de un padre de escoger su lamento. Es detenido hace dos días el hijo del portavoz del brazo político de la organización asesina y lo que el padre clama, brazo en alto, al ver detenido a su vástago no es “¡mi hijo!”, sino “¡esta es la respuesta a la tregua, esta es!”. No solo porque el hijo milite ya en las juventudes nazis se funden uno y otro en lo mismo, y es el orden de esa fusión el que no es lo que parece, pues no es el padre el que impregna hasta fundirse la sordidez del hijo, sino al revés, y viene la obvia carencia del colegio suficiente que refulge en el hijo, a reencarnarse en el grito clásicamente obtuso del padre, para el que la tregua declarada por eta anula automáticamente cuanto delito persista en quienes, como su hijo, continúan la guerra por otros medios. Como los transparentemente medio hombre, medio jabalíes que son sus compañeros de juegos, lo único en que son inocentes padre e hijo es en que la sociedad en que vivimos no contemple la escolarización obligatoria, de por vida si es necesario, para quienes ven pasar los cursos sin el más elemental aprovechamiento o comprensión lógica del mundo. Convertidos portavoces políticos en alimañas no peores que las que mojan su derecho al voto en sangre ajena, y a la espera de que alguien pronuncie que “tregua” o “alto el fuego” significa apenas “rendición”, el patio de la cárcel espera a quienes no debieran haber salido, con veinte años o con cincuenta, del de un colegio.

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