23 abril 2011

Si no lo cantas tú, quién lo hará


La historia de Gelsomina y Zampanó que cuenta La Strada también es, clásicamente Fellini, la de la realidad al volante de un mundo en cuya parte trasera viajan opciones irreales. El amor de Gelsomina, ora mudo a lo Chaplin, ora enmudecido a lo Harpo, tiene más que ver con hallar que con sentir. Privada de una simple pista de cuál sea su lugar en el mundo, decide que para amar pudiera bastar que alguien lo esté esperando, o más singular aún: que baste esa ecuación perversa –“si no le amas tú, quién lo hará”. Hasta que pasa un rato, se asiste a La Strada con una sensación de extrañeza, que viene de que los diálogos, recreados en estudio, parezcan a veces provenir de quienes los hablan y otras, de lo que piensan. Liberados, como la voz más reconocible de la historia –los acordes de Nino Rota, que recorren la película en dirección contraria: empiezan su intervención como fondo sonoro de la melancolía y van turnándose, volviéndose más clara voz al avanzar el relato, por el violín del funambulista, la trompeta de Gelsomina, la voz de la mujer que tiende la ropa. Cada vez más triste, cada vez más clara. Tanto que al final hasta Zampanó la entiende.

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