20 febrero 2006

A suertes la libertad y la noche

Hay en la espléndida Buenas noches y buena suerte, de George Clooney, dos personajes-idea: donde el senador Mc Carthy es la noche, y la libertad de opinión viene a ser la suerte. Buenas son ambas en la medida que necesarias: la segunda ha de ponerse a prueba en tanto la primera funda su inepcia, su ceguera, en el tipo de poder que un estado confiere de cuando en cuando a portadores idiotas, para los que la única opinión posible es la que ellos son libres de proferir y los acusados de purgar. La expresión del tipo de libertad que cabría esperar de los medios de comunicación no es hoy la que encarna el periodista Edward E. Murrow contra Mc Carthy no porque rara vez un pensamiento torvo e inquisitorial como el de éste permita a un periodismo lo suficientemente inteligente mostrar la torpeza de aquel con sólo reponer sus palabras –Otegui y su banda de pistoleros lo hacen a cada rato- sino porque el concepto de compromiso ético con la sociedad a la que informa ha dejado de ser una prioridad –si alguna vez lo fue- para los medios que, vendiendo a precio de oro la atención de esparto que merecen 9 de cada 10 opiniones de los políticos que tenemos, han acabado por creer que editorializar ha de ser lo mismo que teñir de interés propio lo que se dice. Sus propias palabras, es todo lo que necesitamos –dice Murrow- Strathairn para dejar claro el tipo de pruebas que requiere negociar –y ganar- con la estupidez como contrincante. Informar ha de servir para educar –dice al final de la película. Si no se hace –y no se hace- estaremos dejando pasar con igual criterio lo que nos ha de hacer más sabios, prudentes, sensibles a la verdad y la mentira, y lo que sólo sirve para volvernos consumidores de opinión basura, meros receptores de la peor publicidad: la que no tiene el aspecto de un anuncio porque transcurre en medio de un informativo. Está pasando, lo están viendo.

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