23 febrero 2006

ensayo y tubos catódicos, parte II

En la medida estrictamente semántica en que la biología es una ciencia de la vida, el periodismo lo es de la información. El factor que separa a ambas es a simple vista la legitimidad de la información que manejan: la biología, como la física o la química, maneja hipótesis que la experimentación convierte o no en leyes. Al basarse en comportamientos humanos, y el basarse es aquí doblemente frágil pues apenas hablamos de su mera observación parcial, el periodismo puede aspirar a nutrirse de las hipótesis sociales –también nombradas ciencias humanas- que son la psicología, la sociología, la historia o la filosofía, pero no a manejar leyes en su sentido de máximas demostrables con exactitud matemática en su repetición. Verificable es un grado de lo cualitativo, y eso convierte al periodismo en una mera ciencia de la observación. Y sin embargo también lo es la biología, la física, la química. La cuota de verdad en lo observable separa a la primera de éstas, pero es justo eso: el porcentaje, no la imposibilidad del periodismo de manejarla. Como todo lo humano, el comportamiento acerca de nosotros mismos que podemos llegar a entender y a explicar es uno basado en supuestos, en hipótesis tan probables o improbables como la descripción de un sentimiento. Pero hay verdad en lo observado, sólo el instrumento de observación –nosotros- es deficiente. Eso convertiría al periodismo en una ciencia que sólo puede aspirar a manejarse con una porción de conocimiento –en su acepción que comparten las demás ciencias- ínfimo hasta el punto de que ni siquiera tenemos forma de saber qué parte de verdad es la que sabemos. De las definiciones que el diccionario declara, ni el conocimiento cierto de las cosas por sus principios y causas, ni el cuerpo de doctrina metódicamente formado y ordenado, que constituye un ramo particular del saber humano, ni la habilidad, maestría, conjunto de conocimientos en cualquier cosa animan la inclusión del periodismo como ciencia, pero curiosamente basta con sumar el adjetivo pura para que su definición abra la puerta que las anteriores cierran: estudio de los fenómenos naturales y otros aspectos del saber por sí mismos, sin tener en cuenta sus aplicaciones. Lo que validaría al periodismo como ciencia sería, así, el estudio y no tanto sus aplicaciones, o lo que es lo mismo: la porción de verdad comprobable con independencia de su utilidad –menguante, por demás, en la medida en que la televisión está hecha, de ahí lo patético, por periodistas. Cierto que estas revueltas, que acaban, exonerado de su función última –producir resultados fiables, estables- en el ovillo del método, lindan con la más mandona definición de cientificismo. Al respecto, algunas líneas extraídas de un artículo publicado en El País 19.2 acerca de la legitimidad de los métodos científicos: La mayoría está de acuerdo en que no es lo mismo plagiar algo, o callarse lo que ha salido mal, que inventarse unos datos. O esta: En general, los fraudes se diseñan para un público que quiere creer en ellos. O esta: el fraude es más difícil en áreas en que es difícil reproducir los resultados, bien por la variabilidad entre los organismos –en ciencias de la naturaleza-, bien porque los experimentos rozan el límite de la sensibilidad de los instrumentos, por ejemplo. Las diferencias aceptables entre ocultar o mentir, la necesidad de creer a toda costa en lo que nos gustaría, la sensibilidad de los instrumentos como factor de credibilidad. Si sus virtudes –la búsqueda de verdad- no garantizan al periodismo un papel entre las ciencias, quizá éstas perseveran en acercarse a aquel lo suficiente para revertir la definición necesaria.

2 comentarios:

PGR dijo...

Ulises,

si el periodismo tiene alguna posibilidad mínima de rozar la Verdad es cuando trata de parecerse a la poesía y alejarse de la ciencia.

uliseos dijo...

en sus formas quizá. sus métodos estarían más a salvo si adoptaran los de la ciencia.