06 febrero 2006

Pasar la tarde

Escribe Eduardo Mendoza hoy en El País que en su día el cine fue un medio de expresión en el que convergían nuestra concepción de la realidad y nuestros sueños. En este sentido era un arte. Leído a la inversa, tenemos por arte, entre otras cosas, un medio de expresión en el que convergen nuestra concepción de la realidad y nuestros sueños. Uno cree que el cine sí conserva un pie y dos manos dentro de esa definición, no así la pintura. Y no porque nuestra concepción de ambos conceptos hayan divergido, sino porque lo han hecho el ojo que creara y el que contemplara. Donde en su día confluyeran, desde ambos lados, las primeras personas del plural –ese nuestra realidad y nuestros sueños- hoy se abre un abismo entre la realidad y los sueños concebidos por el pintor y las de quienes se llegan a la exposición desde una realidad y unos sueños diferentes. Ninguno de los bandos es, en esto de las masas a un lado y al otro de las definiciones, más válido que el otro. Simplemente pierden –se pierden- la realidad y los sueños de ambos: de quien ofrece los suyos y de quienes van a reconocer los suyos en el arte. El Macba exhibe las obras y las ideas de la colección Herbert –se lee unas páginas antes. Y suena como si las expusieran por separado. En esto el cine no ha perdido un ápice de su conexión con las obras y las ideas de quien va a verlo. A caballo entre un infantilismo sin paliativos y una seriedad plúmbea, el cine es como estos autobuses urbanos a los que sólo suben los niños y los viejos, mientras que la población útil va en coche. –sigue Mendoza, unas líneas más adelante. Lo útil. La atención, extractada de lo real y lo soñado, con la que pujamos por unos aspectos de la vida y desdeñamos otros admite el cine inútil en tanto que su esencia es justo esa: buscar lo inservible, lo que nos vuelve más simples, más objeto que ser. Por eso esa población útil que va en coche es, aplicada a ventiladores de estulticia como ese cine, la televisión o el fútbol como religión, justo el útil que requiere para perdurar. ¿O no es la audiencia una cosa, un objeto que quitarle a otro, uno que poder exhibir? Cierra Mendoza su artículo sugiriendo un acto breve austero para las futuras ediciones de los premios goya, como corresponde al buen soldado, consciente de que se acabó el desfile, pero no la guerra. Como ocurre con otras manifestaciones de la sociedad, buena parte del arte, del cine que tenemos es un mero desfile de nimiedad cultivada a solas o en secarrales de todos, pero sus víctimas son las de una guerra.

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