03 febrero 2006

correr por el tapete

Apenas separados por diez metros de distancia, del primer grupo de niños cercanos a una valla, durante el recreo, surge la pregunta de uno de ellos: señor, ¿le parece bien o mal que talen los árboles?. Mal –responde uno, mientras corre. Opino como usted –responde él. Y casi al mismo tiempo, la voz, en tres notas consecutivas, que suena desde el segundo grupo: hola, feo, tonto –respectivamente. Uno sospecha que la reacción de estos últimos lo es ante algo que pasa corriendo, ante algo cuya respuesta es improbable. Qué ha de ser más revelador en esto: si el automatismo que, dado un grupo, lleva al individuo a completar de forma ofensiva lo que, desde el propio grupo, comienza como un gesto no insultante, o el juicio veloz que lleva a valorar -al punto que compense- que el hecho de pasar corriendo delante de ellos es suficiente para confiar en que la respuesta ante el insulto será seguir corriendo, hacer como si ellos o el insulto no existieran. Es una apuesta que basa su valor en que expone -relativamente en este caso- la propia seguridad al pronunciarse. Y quizás es esta posibilidad –la de no existir para el otro, la de no pararse a existir para el otro- la que pueda mover a pujar con lo que a cada edad entiende uno por valentía, o por vallas. Hoy ganan. Pero no sé qué.

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