24 febrero 2006

irving en jerusalem

Para ilustrar la postura editorial de El País 22.2 acerca de un escritor recién condenado a cárcel por publicar libros que niegan el holocausto, se lee que “no se puede juzgar a un autor por sus intenciones. Hanna Arendt escribió en 1950 que no se deben tratar los hechos como si fueran opiniones, pero cabe añadir que, en casos como éste, tampoco se debe hacer lo contrario, tratar las opiniones como si fueran hechos susceptibles de ser considerados delictivos. Pues en Viena se han juzgado actitudes y opiniones, por muy execrables que resulten, y no una conducta criminal. Otra cosa sería que David Irving –nombre del tarado- hubiera organizado o financiado a grupos antisemitas o nazis”. Una opinión es un hecho por producirse, o su posibilidad, y es dudoso que su prevención, en según qué casos, haya de merecer un trato diferente al que recibiría la aplicación de sus principios. Opinar por escrito es estos días una mecha en la que arden al tiempo la delicada estabilidad de estados ya desequilibrados y la libertad de expresión, pero la veracidad –y su negación es el tamaño exacto de la culpa y quizá del castigo- no ha de ser la misma acusados ante un tribunal por ofender a un dios que por hacerlo a 8 millones de personas exterminados metódicamente. Lo primero es superchería –el derecho es delicado en esto, pero que no lo mencione no significa que no se infiera de su articulado- y la culpa por manifestarlo es una política, de equilibrio entre poderes, pero no ética, no en un sentido de crimen contra la memoria y sus víctimas. Justo lo que sí son los libros del tarado Irving. Lo sagrado, en una semántica bien empleada: el genocidio ruandés, el estalinista, el maoísta, el nazi merecen la consideración de sagrados –judicialmente sagrados- porque representan a una escala visible lo que el hombre es capaz de acometer en pequeñas, invisibles porciones del desprecio hacia quien piensa diferente. Si su negación, siquiera su relativización, ha de ser castigada con severidad es porque su certeza es el único espejo fiable que tenemos para sabernos capaces de repetirlo si no nos lo recordamos con la suficiente asiduidad. El tonto Irving es sólo una opinión, pero la posibilidad de que su lectura pueda ser tenida como cierta es un hecho.

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