24 octubre 2013

leer en defensa propia


Un país de lectores mediocres es el sueño de una casta política a dieta de la espiga variada del analfabetismo moral. Por eso la mano izquierda que esparce ignorancia, mezquindad y puerilidad desde el discurso político o financiero sabe lo que la mano derecha sostiene mucho antes de que esos papeles arrugados sean nítidamente las estadísticas de comprensión lectora y matemática del Informe Pisa. En ello el artículo de Andreas Schleicher, director del programa PISA, publicado en El País 10.10 sobre las oportunidades de futuro se lee como uno sobre las oportunidades de pasado –“ En España, el salario medio de los trabajadores que han obtenido niveles de competencia cuatro o cinco en comprensión lectora —lo que significa que pueden realizar inferencias, sacar conclusiones complejas y detectar matices en los textos escritos— supera en más de un 60% el salario por hora de los trabajadores que obtienen niveles de competencia uno o menor de uno —que pueden, como mucho, leer textos relativamente breves y entender vocabulario básico—. Las personas con baja competencia lectora tienen también casi el doble de probabilidades de estar desempleados. En resumen, tener un nivel bajo en este terreno limita seriamente el acceso a empleos mejor remunerados y más gratificantes. Y las competencias básicas determinan más que los ingresos o el empleo. En todos los países, los adultos con niveles más bajos en comprensión lectora son mucho más propensos a tener mala salud, a percibirse a sí mismos como objetos más que como actores en los procesos políticos y a tener menos confianza en los demás.” –escribe antes de citar cómo más de un tercio de los universitarios españoles no obtienen una puntuación más alta del nivel dos (sobre cinco) en la prueba de comprensión lectora.
Se ignora la variable más relevante porque es más ardua de evaluar: el peso de “las inferencias, las conclusiones complejas y la detección de matices” en lo que ocurre fuera de las aulas, en las conversaciones libres de contenido específico, como es el que sucede en un entorno laboral, es decir, en aquello a lo que la población dedica su tiempo de ocio. Las estadísticas de consumo televisivo, las ventas de periódicos y libros, los índices de lectura y la lista de aquello que más se lee, la persistencia en reelegir gobiernos nítidamente corruptos o visiblemente escorados hacia lo reaccionario dibuja un informe que no tiene menos de torre inclinada que el que se publica estos días.
El logro de la clase política es imitar a la gobernada, y el de ésta, sentirse cómoda con el nivel obvio de aquella, por eso ambas persiguen con igual ahínco el empobrecimiento de los que se percibe, la distorsión o la invisibilidad del patetismo político y la estafa financiera, de las responsabilidades explícitas que pasan por los juzgados con la calma que da saber que, en las próximas elecciones, nada de esto importará. Ni a unos ni a otros. Cuanto peor se lee sobre papel, peor se lee a quien diariamente insulta el sentido común o lo pervierte en declaraciones torvas, aberrantes, analfabetas o todo al mismo tiempo. Eso sí, el fraude no distingue entre quienes leen aparentemente como deben y quienes no, y si un grupo de graduados en derecho en California demandaba hace unos meses a sus universidades por haberles creado falsas expectativas laborales, en nuestro país maravilla ver amanecer intactas las sucursales de bankia, tal es la adaptación a la normalidad con la que la estafa vive entre nosotros.
Gramática define algo más que las normas que rigen la escritura: es una noción general que habla de las herramientas interiorizadas que ayudan a decodificar el mundo cuando parece algo claro, y cuando es todo lo contrario. Una herramienta que sirve para apreciar la verdad cuando se está delante de ella y también para detectar la mentira, para sobrevivir a ella a tiempo. Nadie que haya leído a Flaubert o Tolstói podrá decir que si la sinceridad puede adoptar las formas sospechosas del engaño, las apariencias o el afán por negar lo obvio es consustancial al relato diario jurado como verdad, sea dentro de una oficina o en una relación sentimental. Leer adecuadamente permite leer lo que hay cuando cierras el libro, al igual que tan nítidamente no leer equivale a ver lo que nos piden firmar, suscribir o votar como un libro cerrado, opaco.
Como cualquier estadística que pretenda dibujar en pocos trazos claros la maraña de causas que conforman las decisiones sociales, el informe PISA sirve más para señalar las carencias que para apuntar dónde o cómo repararlas. Una forma de avanzar sería entender que lo que forja el conocimiento es el interés, y que éste vendrá más fortalecido de fuera a dentro de un colegio que del colegio a la sociedad. Más valioso, pues, el informe PIAAC, que mide las mismas competencias con adultos de 16 a 65 años. Si el desastre que confirma éste es más claro en sus causas es porque es aquel –PISA- el que nace de éste, y no al revés, como pudiera suponerse. Pues cómo hallar interés de niño, cómo otorgar valor a algo que, fuera de clase, en la sociedad entera, apenas importa lo bastante como para existir sin que te obliguen.
Se lee estos días sobre el estudio de la Universidad de Londres que deduce cómo es la educación de los padres y no su nivel económico el factor que más determina el nivel cognitivo de sus hijos, cómo “los recursos culturales accesibles en el hogar –libros, periódicos, música, cine…- son todavía más decisivos a la hora de predecir los resultados que ese nivel educativo”. Pam Belluck escribe en el New York Times cómo “un estudio reciente señala que la ficción literaria suele dejar más margen para la imaginación, obliga a los lectores a hacer deducciones sobre los personajes y les impulsa a ser sensibles a los matices y complejidades emocionales. Publicado el 3 de octubre en Science, comprobó que, tras leer ficción literaria, en contraposición a la ficción popular o la no ficción seria, los lectores obtenían mejores resultados en pruebas que miden la empatía, la percepción social y la inteligencia emocional. Investigadores de la Nueva Escuela de Investigación Social de la ciudad de Nueva York pidieron en una prueba a los individuos que acababan de leer ciertos pasajes que analizaran fotografías de ojos y eligiesen el objetivo que mejor describiese la emoción que transmitía cada una. ¿La mujer a está aterrada o dubitativa? ¿el hombre b es desconfiado o indeciso? ¿la mujer b está interesada o irritada? ¿soñadora o culpable?. Descubrieron que quienes habían leído ficción literaria obtenían mejor puntuación que los que habían leído ficción popular o no ficción. Y los lectores de ficción popular cometieron tantos errores como quienes no habían leído nada”.
Son sus últimas líneas –“los escritores son a menudo obsesos solitarios. Es agradable saber que lo que haces tiene un valor social. Aunque seguiría escribiendo novelas aunque no tuviesen ninguna utilidad”- las que extractan la dificultad de discernir el valor social de algo que entraña tanto placer realizar que uno ni siquiera tiene problemas en seguir haciéndolo aunque no haya nadie esperando, aunque nadie vaya a leerlo nunca: en un mundo donde lo conveniente, aquello que necesitas para un desarrollo personal más pleno, tiene que ver con materias de estudio o hábitos que conllevan esfuerzo o cierto sacrificio, leer literatura de calidad, como escribir, son actos puros de placer y simultáneamente el más potente comprimido vitamínico que el cerebro pueda absorber. Su gestación gratuita tiene, al otro lado del proceso, el valor de lo imprescindible. En esa mutación de su peso real se extravía no poca de su relevancia pública, pues cómo entender que lo que está aquí para hacerte más feliz pueda ser, también, lo que podría salvarte la vida a la hora de sobrevivir al trabajo, a las decisiones políticas, a las personales que más importan. 

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