Un país de lectores mediocres es el
sueño de una casta política a dieta de la espiga variada del analfabetismo
moral. Por eso la mano izquierda que esparce ignorancia, mezquindad y
puerilidad desde el discurso político o financiero sabe lo que la mano derecha
sostiene mucho antes de que esos papeles arrugados sean nítidamente las
estadísticas de comprensión lectora y matemática del Informe Pisa. En ello el
artículo de Andreas Schleicher, director del programa PISA, publicado en El
País 10.10 sobre las oportunidades de futuro se lee como uno sobre las
oportunidades de pasado –“ En España,
el salario medio de los trabajadores que han obtenido niveles de competencia
cuatro o cinco en comprensión lectora —lo que significa que pueden realizar
inferencias, sacar conclusiones complejas y detectar matices en los textos
escritos— supera en más de un 60% el salario por hora de los trabajadores que
obtienen niveles de competencia uno o menor de uno —que pueden, como mucho,
leer textos relativamente breves y entender vocabulario básico—. Las personas
con baja competencia lectora tienen también casi el doble de probabilidades de
estar desempleados. En resumen, tener un nivel bajo en este terreno limita
seriamente el acceso a empleos mejor remunerados y más gratificantes. Y las
competencias básicas determinan más que los ingresos o el empleo. En todos los
países, los adultos con niveles más bajos en comprensión lectora son mucho más
propensos a tener mala salud, a percibirse a sí mismos como objetos más que
como actores en los procesos políticos y a tener menos confianza en los demás.” –escribe antes de citar cómo más de un
tercio de los universitarios españoles no obtienen una puntuación más alta del
nivel dos (sobre cinco) en la prueba de comprensión lectora.
Se ignora la
variable más relevante porque es más ardua de evaluar: el peso de “las inferencias,
las conclusiones complejas y la detección de matices” en lo que ocurre
fuera de las aulas, en las conversaciones libres de contenido específico, como
es el que sucede en un entorno laboral, es decir, en aquello a lo que la
población dedica su tiempo de ocio. Las estadísticas de consumo televisivo, las
ventas de periódicos y libros, los índices de lectura y la lista de aquello que
más se lee, la persistencia en reelegir gobiernos nítidamente corruptos o visiblemente
escorados hacia lo reaccionario dibuja un informe que no tiene menos de torre
inclinada que el que se publica estos días.
El logro de la clase política es imitar
a la gobernada, y el de ésta, sentirse cómoda con el nivel obvio de aquella,
por eso ambas persiguen con igual ahínco el empobrecimiento de los que se
percibe, la distorsión o la invisibilidad del patetismo político y la estafa
financiera, de las responsabilidades explícitas que pasan por los juzgados con
la calma que da saber que, en las próximas elecciones, nada de esto importará. Ni
a unos ni a otros. Cuanto peor se lee sobre papel, peor se lee a quien
diariamente insulta el sentido común o lo pervierte en declaraciones torvas, aberrantes,
analfabetas o todo al mismo tiempo. Eso sí, el fraude no distingue entre
quienes leen aparentemente como deben y quienes no, y si un grupo de graduados
en derecho en California demandaba hace unos meses a sus universidades por
haberles creado falsas expectativas laborales, en nuestro país maravilla ver
amanecer intactas las sucursales de bankia, tal es la adaptación a la
normalidad con la que la estafa vive entre nosotros.
Gramática define algo más que las
normas que rigen la escritura: es una noción general que habla de las
herramientas interiorizadas que ayudan a decodificar el mundo cuando parece
algo claro, y cuando es todo lo contrario. Una herramienta que sirve para apreciar
la verdad cuando se está delante de ella y también para detectar la mentira,
para sobrevivir a ella a tiempo. Nadie que haya leído a Flaubert o Tolstói
podrá decir que si la sinceridad puede adoptar las formas sospechosas del engaño,
las apariencias o el afán por negar lo obvio es consustancial al relato diario
jurado como verdad, sea dentro de una oficina o en una relación sentimental. Leer
adecuadamente permite leer lo que hay cuando cierras el libro, al igual que tan
nítidamente no leer equivale a ver lo que nos piden firmar, suscribir o votar
como un libro cerrado, opaco.
Como cualquier estadística que pretenda
dibujar en pocos trazos claros la maraña de causas que conforman las decisiones
sociales, el informe PISA sirve más para señalar las carencias que para apuntar
dónde o cómo repararlas. Una forma de avanzar sería entender que lo que forja
el conocimiento es el interés, y que éste vendrá más fortalecido de fuera a
dentro de un colegio que del colegio a la sociedad. Más valioso, pues, el
informe PIAAC, que mide las mismas competencias con adultos de 16 a 65 años. Si
el desastre que confirma éste es más claro en sus causas es porque es aquel
–PISA- el que nace de éste, y no al revés, como pudiera suponerse. Pues cómo
hallar interés de niño, cómo otorgar valor a algo que, fuera de clase, en la
sociedad entera, apenas importa lo bastante como para existir sin que te obliguen.
Se lee estos días sobre el estudio de
la Universidad de Londres que deduce cómo es la educación de los padres y no su
nivel económico el factor que más determina el nivel cognitivo de sus hijos,
cómo “los recursos culturales accesibles
en el hogar –libros, periódicos, música, cine…- son todavía más decisivos a la
hora de predecir los resultados que ese nivel educativo”. Pam Belluck
escribe en el New York Times cómo “un
estudio reciente señala que la ficción literaria suele dejar más margen para la
imaginación, obliga a los lectores a hacer deducciones sobre los personajes y
les impulsa a ser sensibles a los matices y complejidades emocionales.
Publicado el 3 de octubre en Science, comprobó que, tras leer ficción
literaria, en contraposición a la ficción popular o la no ficción seria, los
lectores obtenían mejores resultados en pruebas que miden la empatía, la
percepción social y la inteligencia emocional. Investigadores de la Nueva
Escuela de Investigación Social de la ciudad de Nueva York pidieron en una
prueba a los individuos que acababan de leer ciertos pasajes que analizaran
fotografías de ojos y eligiesen el objetivo que mejor describiese la emoción
que transmitía cada una. ¿La mujer a está aterrada o dubitativa? ¿el hombre b
es desconfiado o indeciso? ¿la mujer b está interesada o irritada? ¿soñadora o
culpable?. Descubrieron que quienes habían leído ficción literaria obtenían
mejor puntuación que los que habían leído ficción popular o no ficción. Y los
lectores de ficción popular cometieron tantos errores como quienes no habían
leído nada”.
Son sus últimas líneas –“los escritores son a menudo obsesos
solitarios. Es agradable saber que lo que haces tiene un valor social. Aunque
seguiría escribiendo novelas aunque no tuviesen ninguna utilidad”- las que
extractan la dificultad de discernir el valor social de algo que entraña tanto
placer realizar que uno ni siquiera tiene problemas en seguir haciéndolo aunque
no haya nadie esperando, aunque nadie vaya a leerlo nunca: en un mundo donde lo
conveniente, aquello que necesitas para un desarrollo personal más pleno, tiene
que ver con materias de estudio o hábitos que conllevan esfuerzo o cierto
sacrificio, leer literatura de calidad, como escribir, son actos puros de
placer y simultáneamente el más potente comprimido vitamínico que el cerebro
pueda absorber. Su gestación gratuita tiene, al otro lado del proceso, el valor
de lo imprescindible. En esa mutación de su peso real se extravía no poca de su
relevancia pública, pues cómo entender que lo que está aquí para hacerte más
feliz pueda ser, también, lo que podría salvarte la vida a la hora de
sobrevivir al trabajo, a las decisiones políticas, a las personales que más
importan.
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