En un país que ha hecho del inicio de
la formación académica de un individuo el del comienzo de su carrera como
deudor, sorprende en el partido republicano estadounidense la pulsión por considerar
la deuda pública como un instrumento del socialismo y no de las libertades o el
sistema de libre mercado. O que uno de los senadores a sueldo ideológico del
tea party clame, minutos después de alcanzado un acuerdo que desbloquea el
acuerdo presupuestario, que “el senado se
niega a escuchar al pueblo americano” cuando el objeto mismo de sus
propuestas derrotadas es, explícitamente, negar la posibilidad a cincuenta
millones de esos ciudadanos de acceder a un seguro privado financiado por el
gobierno, que de otra manera no podrían permitirse. No sorprende la maniobra
del partido republicano de ganar mediante el chantaje lo que en las urnas no se
logró. Tampoco sorprende que john boehner, representante del partido
republicano en la cámara, y su presidente actual, concediera como argumento de
la maniobra el no rendirse, en vez de razones que acaso le obligarían a admitir
que la oposición que lidera es un juego de piezas electorales –esto es, de
bloqueo o sabotaje continuos- y no de gestión que contribuya al desarrollo de
un país, como las ínfulas de patriotismo del tea party buscan sugerir. Una
reforma sanitaria que reduzca las desigualdades e incluya entre sus
beneficiarios a quienes no pueden pagar la inabordable sanidad privada es algo
que enorgullecería a cualquier país que eligiera a políticos sensatos para
lograr objetivos sensatos. Parte del fracaso tan obvio
radica en que el sinsentido, como otras muestras del desvarío en política, rara vez
cree necesitar una sanidad más accesible. Cómo podrían saberlo.
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