Uno entra a un hospital buscando saber
si se muere pero la muerte está ese día lejos. Con un gusto que no siempre
demuestra, escoge citarse con una mujer hermosa de 91 años, en la costa cálida
de Levante. Dejarse besar, incluso por la muerte, es también una forma de
herencia, que sobrepasa a su hija para prolongarse en quienes conocieran a
ambas. Y así, lo que dejas en muerte es nada comparado con lo que dejaras en
vida. Lo que enseñaras en casa, nada comparado con lo que vinieran a aprender
de fuera. De todo lo que uno es o hace gracias a ambas, tocar a todos aquellos
con los que hablo es lo que más agradezco, la forma de amor que menos elección
requiere, acaso la única fácil de tomar. “Los
seres humanos tienden a no recordar más que dos momentos, el más intenso y el
último” –escribe Claudi Pérez hoy en El País, como si honrando a quienes siembran
el primero de forma que el último no acaba con lo logrado. Triste destino el de
la muerte, tener que besar mañana a alguien después de hacerlo a C.
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