22 octubre 2013

en peligro de extintor


Un Congreso del estado de la Lengua en el mundo sirve para predecir la mudez. “Suenan voces advirtiendo que el libro, analógico o digital, solo sobrevivirá si hay verdaderos lectores, y que esa estirpe corre el peligro de extinguirse, si no se modifican y adaptan con urgencia las estrategias de fomento de la lectura” –escribe Winston Manrique Sabogal desde Panamá en El País 21.10. “El placer de leer ha de imponerse al uso utilitario” –sigue, para citar cómo en Latinoamérica se leen entre dos y cinco libros al año. Diez en España. “Cuando se lee no se aprende algo, se convierte uno en algo” –cita a Goethe. El cine llegará al horizonte probable antes que la literatura, y cuando la piratería impune y el consumo doméstico hayan cerrado los cines, la oferta creará en Internet una isla menos vulnerable que ahora, una donde el acceso universal  complete los ya inexistentes gastos de distribución y márgenes del exhibidor. Desaparecerán los cines y lo harán casi seguro las librerías, y al hacerlo, habrán caído las barreras que para apostar por un autor desconocido exigen que sea… conocido. Menguarán los libros pueriles que nutren hoy los escaparates y las manos que los sostienen. Y sin la presión que sobre la decisión ignorante ejercen hoy las tiradas enormes y ubicuas de los clancy, follet, brown, james, morton o Rowling, quizá leer se convierta en un acto que busca previamente una crítica favorable y no solo la frecuencia banal de quienes lo sostienen. Desaparecidos los intermediarios buenos –las librerías- lo harán también los malos –tantas de las editoriales-, y así, desprovisto el escaparate físico de su peor enemigo –la necesidad de vender como chorizos lo que no debieran serlo-, asomarán más y mejores textos, que no necesitarán un nombre famoso –un único nombre famoso. Y probablemente privados los escritores de ese medio de vida, habrán de alternarlo con otro. Se escribirán menos libros. Y muy mala suerte tendremos si esos son peores que los que se escriben hoy. Y acaso, solo acaso, de esos diez libros que un español lee cada año –cifra irrealmente optimista, por otro lado- alguno de esos no será una novedad, sino un libro antiguo, escrito unas décadas o unos siglos antes. Y cuantos más libros antiguos se lea, más y mejor se leerá. Y algún día, dentro de muchos, muchos años, a alguien se le volverá ocurrir imprimir un texto y encuadernarlo. Y a alguien, llegado el día y el número de libros suficientes, quizá se le ocurrirá abrir una librería. Y todo volverá a empezar. Y antes de que el dinero imponga sus normas de nuevo, quizá, solo quizá, Goethe tendrá razón.

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