Las cajas en las que Gay Talese guarda
la información recopilada para sus escritos aparecían hace poco en El País como
en un búnker, tal si fueran a ser necesarias llegado el día. Un anacronismo más,
como su inseparable sombrero. O quizá no. Pues, como el sombrero en sí,
preserva no solo la cabeza sino lo que hay en ella, sea una idea del periodismo
o una aún más romántica sobre la vestimenta de un caballero. Esta mañana, un
clon bastante aproximado de Talese paseaba junto a la plaza de toros de las
ventas –traje, sombrero, bastón, andar pausado. A su lado, la plaza parecía una
de esas cajas que uno no sabe qué hacen en el búnker.
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