19 octubre 2013

el pasillo intransitable


La derrota de lo cultural frente al instinto que nos sube desde dentro es poco comparado con la indefensión que ha de sentir el niño que fuimos al observar las decisiones que tomamos de adultos y que afectan a la misma experiencia educativa. Y así, la reforma que, entre otras cosas, torna evaluable la asignatura de religión, si no para detener el tremebundo abandono escolar (1 de cada 4 estudiantes), habrá servido para hacer más amenos los tiempos entre clase y clase, pues es dudoso que al enseñar la religión se haga con los criterios de objetividad a los que se aspira en el resto de asignaturas, con lo que, obligados a estudiar las apariciones de los ángeles, la multiplicación de panes y peces o la resurrección de los muertos con la misma pátina de realidad que acompaña a las ecuaciones, las reglas de puntuación o la orografía, el ánimo de quienes creen valioso lo primero podría volverse en contra del objetivo mismo de la reforma, pues quién querría conceder importancia al estudio si éste incluye tomarse en serio, en igualdad académica, la curación de los ciegos con solo escupir en la arcilla y aplicar un empaste. “Se priman la detección precoz de los problemas de aprendizaje y las medidas de mejora del rendimiento” –explica el ministro de educación en El País 18.10 tras admitir que a los 15 años, 4 de cada 10 alumnos ha repetido al menos un curso en nuestro país. No cuesta mucho imaginar que a un consejo de ministros, o reunión similar, solo ha de sobrevivirse si aceptado tácitamente el mismo grado de ficción como real, y los suspensos evidentes como meramente opinables. Prisioneros de un chantaje ideológico –religiosamente ligado a su público natural, los ancianos- y de otro financiero -el que nutre sus campañas electorales y sus sobresueldos- la reforma anunciada es así más una contrarreforma, que se debe a sus patrones y no a la sociedad. La iglesia requiere obediencia ciega y el gran dinero, cualificación escasa. La algarabía de un colegio ha de ser poca comparada con la que ha de resonar en los pasillos de ambos poderes. 

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