01 diciembre 2015

monólogo muy interior


Una de las personas involucradas en el último montaje de El público, de Lorca, hasta ayer en La Abadía, me dice que hubiera puesto a los actores a hablar al público y no entre ellos. Resume bastante bien la rara virtud, y no menos raro problema, que supone el texto: cómo, siendo básicamente un largo poema repartido entre distintas voces, las replicas, como la mera cara de estar escuchando lo que te dice el personaje que tienes enfrente, suenan a no haber escuchado lo que vienen de decirte, y a contestar en consonancia. Hay partes del montaje de Rigola magníficas como lo sería una performance a partir de un poemario, pero la sensación de que se lanzan líneas que no están pensadas para ser respondidas es constante, y eso ya está en el texto de Lorca. Volcarlo como teatro es un intento formal hecho de los materiales del tiempo, y las compañías en que fue creado –el surrealismo y el resto de vanguardias de 1930. Verlo representado hoy habla más nítidamente de Lorca que de los temas que éste puso en la obra, velados o no. Incluso si los teatros bajo la arena o al aire libre se siguen repartiendo hoy, dentro y fuera de los teatros, el ocio y las decisiones estéticas de cualquiera sin que ver la tele el lunes, la ópera el martes o el fútbol el miércoles mueva hoy a debate, como sí en 1930, si la cultura ha de mejorar lo que ya acuna la indolencia intelectual o el dudoso gusto inherente a la condición humana.
Es justo ese sentido, el que un debate tortuosamente volcado se represente todavía bajo la forma de diálogos entre personajes que contestan a otra cosa de la escuchada, el que mejor valida la propuesta Lorquiana traída al mundo en la actualidad: quienes quieren el sabor de la arena en la boca siguen sin hacerse entender por quienes gustan del sabor del aire. Y viceversa. Un poema que es un ensayo sobre lo español, que se representa en teatros, donde raramente se entiende. Lorca nunca fue tan español que cuando trató de no serlo.

No hay comentarios: