16 diciembre 2015

el juego que otros traen


Chéjov, que escribió una obra de teatro por cada diez cuentos agradecería el esfuerzo de Brian Friel por añadir a la lista una obra basada en su relato La dama del perrito. Quizá menos que, al final abierto que escribió, Friel añadiera una fecha de caducidad que ambos protagonista del relato saben. Clásicamente hijo del XIX, el cuento de Chéjov narra el amor furtivo de un hombre y una mujer casados y no entre ellos, que acuerdan separarse tras su primer encuentro solo para descubrir que se aman, que no pueden vivir sino para el otro. Friel modificó dos aspectos esenciales: en su versión, él no es el seductor que en Chéjov sí, y, más importante, ella ama a su marido aunque él le saque 300 años. Se representa estos días en Guindalera y uno asiste a la historia familiar con el dolor habitual y aún más, que duele el de ellos, el que, en una de sus despedidas, ambos digan saber que iba a acabarse. Chéjov escribió sobre dos seres que, creyendo vislumbrar el límite del dolor respectivo, acaban descubriendo que “la parte más complicada y difícil no había hecho más que empezar”, quizá por eso el final que Friel añadió a su juego es especialmente cruel. Si Chéjov escribió que “era evidente que aquel amor tardaría mucho en acabarse, que no podía encontrarle fin”, Friel añadió una salida que es tanto alivio como condena a lo que Chéjov clásicamente describió: el deseo de lo que no puedes tener pero te consume mientras lo anhelas, y al contrario de lo que ocurre en su teatro, mientras al menos lo tienes. Hay poco juego en La dama del perrito y quizá demasiado en Friel, porque Ana Sergeyevna podría ser la Masha de Tres hermanas. Incluso si, por uno de esos azares inusuales, la actriz que encarna a ambas no fuera la misma que se dispone a saltar de uno a otro en unas semanas.

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