08 diciembre 2015

mirando a un lado, el de siempre


La profecía que no era complicado leer, o adivinar, en vísperas de las elecciones presidenciales que Al Gore perdería contra george bush jr –que el primero era demasiado inteligente para ser presidente de un país como ese- se encarna en Obama con la crueldad acumulada de quien, en la excepción que le confiere su inteligencia y su sentido común, contiene también a quienes, desde el partido de enfrente, saben que jamás llegarán a nada sin fingirse, o llegar a ser realmente, retrasados mentales.
Ya sea a la hora decisiva de afrontar un sacrificio global necesario para aminorar los efectos del cambio climático –que viene de ser denunciado en la cámara de representantes (el sacrificio, no el cambio climático. Seguramente porque la mayoría republicana tiene por motto no creer en él)- o en el intento inútil de restringir el uso de armas que mata en su país a 92 personas diarias y ve una masacre al día desde hace casi tres años, Obama solo puede dar la razón a marco rubio, clásico mesías del fanatismo y la ignorancia supina que encumbra en el partido republicano, cuando éste dice que Obama “lo que no tiene es coraje para admitir que está en contra de la Segunda Enmienda de la Constitución”, que garantiza la posesión de armas de fuego.
Y sí, claro, el coraje necesario es la primera bala a la que renuncia cualquier político estadounidense que aspire a hacer carrera, pues de proponer abolir el uso de armas, lo más suave que sería llamado es neocomunista. La única ventaja es que eso al menos permitiría ver con nitidez el macartismo encubierto -¿encubierto?- que vomita el partido republicano en áreas como derechos de los homosexuales, aborto, o una mínima percepción del apocalipsis climático.
El aislamiento, la conversación definida como caótica, la incapacidad emocional para asimilar sus actos, la imposibilidad de empatía, la escasa formación –no hay un solo rasgo de los que, al día siguiente de una masacre, identifican al criminal que no pueda ser aplicado a quienes, desde la Asociación Nacional del Rifle (ente que casi hace pasar por inteligente a rick perry o michelle bachmann) y desde el partido republicano (ente que casi hace pasar por inteligentes a los miembros del NRA) pugnan el derecho constitucional de portar armas como si la atrocidad a la que sirve fuera un efecto colateral, un grano sin más en la orgullosa piel de la identidad nacional.
Un retrasado mental que viene de asaltar un centro de planificación familiar en Colorado Springs, matando a tres personas, ha de ser celebrado en los despachos del fundamentalismo cristiano que tanto influye en el partido republicano. Y para quienes la lectura literal de la biblia se invierte a la hora de juzgar los muertos que antes han estado vivos, que comían y paseaban y corrían y compraban, y que en consecuencia tenían la mitad de probabilidades de votar al partido demócrata.
Contabiliza The New York Times las muertes por arma de fuego en 1,45 millones desde 1970. Esto es, más que todos los muertos en combate que Estados Unidos ha ofertado al suelo en su historia. Una persona fallecida –asesinada- cada 16 minutos. Muren más menores de seis años que policías. Representando el 4,4% de la población mundial, sus ciudadanos poseen el 42% de las armas en manos civiles de todo el mundo. 321 millones de habitantes, 270 millones de armas.
Cita Obama la ley que impide volar a según qué sospechosos, pero no entrar en una armería y comprarla entera. Esa forma de impotencia legal que es solo el dni pararreligioso de una nación enferma, para la que la prueba de que el antídoto ha de ser el mismo veneno es que matan igual. Hasta un animal entendería cuál es el problema. Y quizá es justo eso.
El arma que se necesitaría para frenarlo funciona en cambio de bala, sea cual sea el objetivo: el año pasado –escribe Paul Krugman en El País 6.12- “PolitiFact solo fue capaz de encontrar ocho republicanos en el Congreso, de los 278 que componen la asamblea, que hubiesen hecho comentarios en público aceptando la realidad del calentamiento global provocado por el hombre.”
Escribe Adam Gopnik en The New Yorker 4.12 cómo las instrucciones conservadoras para calibrar el crimen de la Clínica de planificación familiar pasan por verlo como obra de un loco solitario, completamente libre de influencia ideológica, mientras que la matanza en San Bernardino (o la que toque hoy) es obviamente obra del fanatismo yihadista. Uno tiene que pestañear varias veces para creer que un tabloide como New York Daily News haya escrito estos días que todo es el mismo terrorismo, y que el presidente de la NRA –wayne lapierre- debería ser considerado uno de ellos.
Puede asustar la claridad y frecuencia con que the New Yorker resume en los textos de un solo día el destino terrible que la mitad política de ese país persigue con un énfasis igual de esforzado en lo iletrado: solo en los que contiene el newsletter del 4.12, Gopnik suaviza la acusación contra lapierre, pero solo en el sentido etéreo en que un Imán que predica la guerra es inocente de las víctimas causadas. Que más claramente suena a cómo quien, una y mil veces, se niega a aceptar las consecuencias de los actos pregonados aunque no ejecutados de propia mano ha de ser juzgado de acuerdo a ellos.
Ese mismo día, Elizabeth Kolbert escribe acerca de cómo mientras Obama declaraba en París la urgencia irrevocable de tomar medidas para paliar el cambio climático, La cámara de representantes –con mayoría republicana- aprobaba dos resoluciones destinadas a bloquear cualquier regulación que aspire a influir en las emisiones producidas en Estados Unidos. Y, según algunos senadores, explícitamente diseñadas para anular el peso de las negociaciones en París. También cómo el partido republicano pretende impedir la financiación del Green Climate Fund, por el que Estados Unidos invertirá tres billones de dólares en ayudar a países pobres para financiara sistemas energéticos limpios.
The Associated Press recientemente pidió a ocho científicos puntuar los tweets que sobre el cambio climático vienen lanzando los candidatos republicanos. Sin saber a quien pertenecía qué comentario, los nueve candidatos suspendieron. “ted cruz –dice uno de los científicos, de Penn State University- comprende menos en materia científica y de cambio climático que un niño cualquiera de jardín de infanciaEste tipo de ignorancia sería peligrosa en un portero, no digamos en un presidente”.
Finalmente, Evan Osnos condensa la peripecia de don blankenship, todopoderoso empresario de la industria del carbón durante décadas, hoy condenado a prisión por ignorar repetidamente cualquier regla sobre salud y seguridad en sus minas y mentir a inspectores e inversores. Su explicación a la explosión que mató a 29 mineros en 2010: “un acto de dios.” En una de las conversaciones empleadas en el juicio es más explícito sobre la responsabilidades de sus apóstoles entre el empresariado –“La enfermedad del pulmón negro (mortal en muchos casos) no es un tema en esta industria que merezca los esfuerzos por prevenirlo.” Los mineros eran informalmente entrenados para ignorar las reglas. La llegada no anunciada de un inspector activaba un sistema de alerta interna que hacía falsear las pruebas posteriores. “Era más barato pagar las multas que el coste de prevenir violaciones normativas”.
El corolario de Osnos se extiende a cualquier política empresarial, desde el carbón a la energía nuclear, desde la industria armamentística a la de la televisión basura, amparadas hasta la extenuación (ajena) por –justo- el partido republicano: For those who wanted a reckoning for Blankenship and his practices, it is a brutal measure of our legal priorities that he faced far heavier penalties for lying to investors and regulators than he did for conspiring to break safety rules. Bruce Stanley, a lawyer who battled Blankenship in a separate case, observed, in an interview with Mother Jones, that the prospect of a thirty-year penalty had rested on a single charge: “That’s the one that says he lied to Wall Street. When it comes to human lives, he gets maybe a year.”

No hay comentarios: