La profecía que no era complicado leer, o adivinar, en vísperas de las elecciones presidenciales que Al Gore perdería contra george bush jr –que el primero era demasiado inteligente para ser presidente de un país como ese- se encarna en Obama con la crueldad acumulada de quien, en la excepción que le confiere su inteligencia y su sentido común, contiene también a quienes, desde el partido de enfrente, saben que jamás llegarán a nada sin fingirse, o llegar a ser realmente, retrasados mentales.
Ya sea a la hora decisiva de afrontar un
sacrificio global necesario para aminorar los efectos del cambio climático –que
viene de ser denunciado en la cámara de representantes (el sacrificio, no el
cambio climático. Seguramente porque la mayoría republicana tiene por motto no
creer en él)- o en el intento inútil de restringir el uso de armas que mata en
su país a 92 personas diarias y ve una masacre al día desde hace casi tres años,
Obama solo puede dar la razón a marco rubio, clásico mesías del fanatismo y la
ignorancia supina que encumbra en el partido republicano, cuando éste dice que
Obama “lo que no tiene es coraje para admitir
que está en contra de la Segunda Enmienda de la Constitución”, que
garantiza la posesión de armas de fuego.
Y sí, claro, el coraje necesario es la
primera bala a la que renuncia cualquier político estadounidense que aspire a
hacer carrera, pues de proponer abolir el uso de armas, lo más suave que sería
llamado es neocomunista. La única ventaja es que eso al menos permitiría ver
con nitidez el macartismo encubierto -¿encubierto?- que vomita el partido
republicano en áreas como derechos de los homosexuales, aborto, o una mínima
percepción del apocalipsis climático.
El aislamiento, la conversación definida como
caótica, la incapacidad emocional para asimilar sus actos, la imposibilidad de
empatía, la escasa formación –no hay un solo rasgo de los que, al día siguiente
de una masacre, identifican al criminal que no pueda ser aplicado a quienes,
desde la Asociación Nacional del Rifle (ente que casi hace pasar por
inteligente a rick perry o michelle bachmann) y desde el partido republicano
(ente que casi hace pasar por inteligentes a los miembros del NRA) pugnan el
derecho constitucional de portar armas como si la atrocidad a la que sirve
fuera un efecto colateral, un grano sin más en la orgullosa piel de la
identidad nacional.
Un retrasado mental que viene de asaltar un
centro de planificación familiar en Colorado Springs, matando a tres personas, ha
de ser celebrado en los despachos del fundamentalismo cristiano que tanto
influye en el partido republicano. Y para quienes la lectura literal de la
biblia se invierte a la hora de juzgar los muertos que antes han estado vivos,
que comían y paseaban y corrían y compraban, y que en consecuencia tenían la
mitad de probabilidades de votar al partido demócrata.
Contabiliza The New York Times las muertes
por arma de fuego en 1,45 millones desde 1970. Esto es, más que todos los muertos
en combate que Estados Unidos ha ofertado al suelo en su historia. Una persona
fallecida –asesinada- cada 16 minutos. Muren más menores de seis años que
policías. Representando el 4,4% de la población mundial, sus ciudadanos poseen
el 42% de las armas en manos civiles de todo el mundo. 321 millones de
habitantes, 270 millones de armas.
Cita Obama la ley que impide volar a según
qué sospechosos, pero no entrar en una armería y comprarla entera. Esa forma de
impotencia legal que es solo el dni pararreligioso de una nación enferma, para
la que la prueba de que el antídoto ha de ser el mismo veneno es que matan
igual. Hasta un animal entendería cuál es el problema. Y quizá es justo eso.
El arma que se necesitaría para frenarlo
funciona en cambio de bala, sea cual sea el objetivo: el año pasado –escribe
Paul Krugman en El País 6.12- “PolitiFact
solo fue capaz de encontrar ocho republicanos en el Congreso, de los 278 que
componen la asamblea, que hubiesen hecho comentarios en público aceptando la
realidad del calentamiento global provocado por el hombre.”
Escribe Adam Gopnik en The New Yorker 4.12 cómo
las instrucciones conservadoras para calibrar el crimen de la Clínica de
planificación familiar pasan por verlo como obra de un loco solitario,
completamente libre de influencia ideológica, mientras que la matanza en San
Bernardino (o la que toque hoy) es obviamente obra del fanatismo yihadista. Uno
tiene que pestañear varias veces para creer que un tabloide como New York Daily
News haya escrito estos días que todo es el mismo terrorismo, y que el presidente
de la NRA –wayne lapierre- debería ser considerado uno de ellos.
Puede asustar la claridad y frecuencia con
que the New Yorker resume en los textos de un solo día el destino terrible que
la mitad política de ese país persigue con un énfasis igual de esforzado en lo iletrado:
solo en los que contiene el newsletter del 4.12, Gopnik suaviza la acusación
contra lapierre, pero solo en el sentido etéreo en que un Imán que predica la
guerra es inocente de las víctimas causadas. Que más claramente suena a cómo quien,
una y mil veces, se niega a aceptar las consecuencias de los actos pregonados
aunque no ejecutados de propia mano ha de ser juzgado de acuerdo a ellos.
Ese mismo día, Elizabeth Kolbert escribe
acerca de cómo mientras Obama declaraba en París la urgencia irrevocable de
tomar medidas para paliar el cambio climático, La cámara de representantes –con
mayoría republicana- aprobaba dos resoluciones destinadas a bloquear cualquier
regulación que aspire a influir en las emisiones producidas en Estados Unidos. Y,
según algunos senadores, explícitamente diseñadas para anular el peso de las
negociaciones en París. También cómo el partido republicano pretende impedir la
financiación del Green Climate Fund, por el que Estados Unidos invertirá tres
billones de dólares en ayudar a países pobres para financiara sistemas
energéticos limpios.
The Associated Press recientemente pidió a
ocho científicos puntuar los tweets que sobre el cambio climático vienen lanzando
los candidatos republicanos. Sin saber a quien pertenecía qué comentario, los
nueve candidatos suspendieron. “ted cruz
–dice uno de los científicos, de Penn State University- comprende menos en materia científica y de cambio climático que un niño
cualquiera de jardín de infancia… Este
tipo de ignorancia sería peligrosa en un portero, no digamos en un presidente”.
Finalmente, Evan Osnos condensa la peripecia
de don blankenship, todopoderoso empresario de la industria del carbón durante
décadas, hoy condenado a prisión por ignorar repetidamente cualquier regla sobre
salud y seguridad en sus minas y mentir a inspectores e inversores. Su
explicación a la explosión que mató a 29 mineros en 2010: “un acto de dios.” En una de las conversaciones empleadas en el
juicio es más explícito sobre la responsabilidades de sus apóstoles entre el
empresariado –“La enfermedad del pulmón
negro (mortal en muchos casos) no es
un tema en esta industria que merezca los esfuerzos por prevenirlo.” Los
mineros eran informalmente entrenados para ignorar las reglas. La llegada no
anunciada de un inspector activaba un sistema de alerta interna que hacía
falsear las pruebas posteriores. “Era más
barato pagar las multas que el coste de prevenir violaciones normativas”.
El corolario de Osnos se extiende a cualquier política empresarial, desde el carbón a la energía nuclear, desde la industria armamentística a la de la televisión basura, amparadas hasta la extenuación (ajena) por –justo- el partido republicano: “For those who wanted a reckoning for Blankenship and his practices, it is a brutal measure of our legal priorities that he faced far heavier penalties for lying to investors and regulators than he did for conspiring to break safety rules. Bruce Stanley, a lawyer who battled Blankenship in a separate case, observed, in an interview with Mother Jones, that the prospect of a thirty-year penalty had rested on a single charge: “That’s the one that says he lied to Wall Street. When it comes to human lives, he gets maybe a year.”
El corolario de Osnos se extiende a cualquier política empresarial, desde el carbón a la energía nuclear, desde la industria armamentística a la de la televisión basura, amparadas hasta la extenuación (ajena) por –justo- el partido republicano: “For those who wanted a reckoning for Blankenship and his practices, it is a brutal measure of our legal priorities that he faced far heavier penalties for lying to investors and regulators than he did for conspiring to break safety rules. Bruce Stanley, a lawyer who battled Blankenship in a separate case, observed, in an interview with Mother Jones, that the prospect of a thirty-year penalty had rested on a single charge: “That’s the one that says he lied to Wall Street. When it comes to human lives, he gets maybe a year.”
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