Como demostrara Gravity, de Cuarón, hace poco, lo que proyectos antiguos
acaban esparciendo en el espacio podría ser justo lo que necesitan proyectos
nuevos para fracasar. La atmósfera de un estudio de cine podría parecerse
demasiado a la que dejas atrás al elevarte: quienes encargaron a J.J. Abrams la
continuación de la saga de Star Wars, en realidad estaban encargando dos: la
que éste venía de realizar con éxito con una de las otras dos franquicias
espaciales –Star Trek- (la tercera sería Alien), y la reinvención de una
trilogía (la de Lucas, Kershner y Marquand) necesitada de olvidar otra (la de
Lucas).
Quizá porque el segundo objetivo es terreno minado tras la conversión de
Lucas al lado infantiloide, Abrams parece haberse concentrado en repetir
exactamente el primero, manteniendo lo que garantizara la conexión allí
–Leonard Nimoy cumpliendo como vínculo generacional lo que Ford, Hamill y
Fisher aquí- pero reformulando el nexo con la primera película de la saga en
1977 de la forma menos sutil posible: volviéndola a rodar, plano por plano. Y
aún más, hasta parecer un grandes éxitos de las seis películas previas.
La presencia de chatarra procedente de las seis películas precedentes
–gigantescas naves varadas en el desierto, de las que la protagonista extrae trozos
con los que ganarse la vida- es algo más que una forma de bajar a tierra el
conflicto: las tramas avanzan hasta superponer un episodio a otro, y no
precisamente con timidez o pudor más esperable en Lawrence Kasdan, que ya
participara en películas previas de la saga:
El drama que en La guerra de las galaxias hacía salir al héroe de una
vida de chatarrera clona la de Luke como granjero, cuyos padres, como aquí, “nunca van a regresar”. La revelación que
vertebraba El imperio contraataca –Luke hijo de Vader- es aquí la de Kylo Ren a
partir de Han Solo. Incluso el nexo con aquel Obi Wan Kenobi se mantiene: Han
llama a su hijo por su nombre: Ben. El droide que porta el mensaje clave es un modelo
actualizado de R2D2. La estrella de la muerte cuenta con la misma arma. Su
destrucción es la de aquella primera. El personaje que explica el destino de
todos recuerda a Yoda. La conspiración para derrocar la república parece sacada
de un resumen de la segunda trilogía. La traición a Luke por parte de su
aprendiz se diría el núcleo mismo del manual de instrucciones jedi. El Halcón
milenario cambia de manos del mejor piloto improbable a uno que también lo es. El
aislamiento de Luke, en un planeta lejano, es el de Yoda. Incluso lo más
irrelevante lo es de la misma forma que ya conocemos -esa cantina que aspira a
ser explícitamente idéntica.
Solo la tentación del lado luminoso que dice –cierto o no- sentir el
nuevo Vader añade algo a la peripecia, no mucho más intensamente vertebrada, en
torno al asunto pararreligioso que sustenta lo mejor de la saga y sirve de
fondo útil para lo peor. Apenas John Williams subsiste de momento a la
reinvención de la idea en manos de Lucas.
La paradoja asoma al revisar el momento clave de la trilogía –el “tú eres mi padre”- que cualquier menos
Lucas podría haber entendido: las quejas de éste sobre el vuelco dado por
Abrams al formato visual –más retro, grasiento, mundano- cuenta de todo esto
esa verdad que viene de muy lejos, y que es lo único que Lucas, a su pesar, no
puede vender a Disney: cómo la paternidad de unos materiales no implica
necesariamente saber qué hacer con ellos, o sacarles el mejor partido. Otra
forma de verlo es que si Lucas tuviera tantos midiclorianos en la sangre de
cineasta como acciones de Lucasfilm, La amenaza fantasma sería mucho mejor
película.
A la espera de la evolución de la saga, la redención del serial aspira aún a algo que el tratamiento de la fuerza como nebuloso eje sigue necesitando como si fuera eso –no hallarla- lo que permite su subsistencia: la espera de la reencarnación útil. También esa cuota de fidelidad excesiva al original religioso puede encontrarse: uno tras otro, los evangelios son, en gran parte de sus capítulos, idénticos, mera copia se diría. El despertar se parece aún al mismo sueño. Y éste al bostezo conocido.
A la espera de la evolución de la saga, la redención del serial aspira aún a algo que el tratamiento de la fuerza como nebuloso eje sigue necesitando como si fuera eso –no hallarla- lo que permite su subsistencia: la espera de la reencarnación útil. También esa cuota de fidelidad excesiva al original religioso puede encontrarse: uno tras otro, los evangelios son, en gran parte de sus capítulos, idénticos, mera copia se diría. El despertar se parece aún al mismo sueño. Y éste al bostezo conocido.
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