15 diciembre 2015

el señor de las langostas


Coinciden en el mundo actual dos visiones de la seducción –la que, desde plataformas online permite ligar a base de manipular contraste, color e intensidad de las fotos que se suben al perfil; y la que desde el cine de Wes Anderson apuesta por justo lo contrario: hieratismo, colores pálidos, parquedad expresiva. La nueva película de Yorgos Lanthimos –Langosta- concilia los dos mundos sin dejar de reírse de ambos.
Metáfora de una sociedad infantilizada, que a la metamorfosis que viene del mundo real –cambiar la apariencia de tus fotos hasta no reconocerte en ellas- suma la irreal –la transformación en otra cosa, un animal, de no conseguir ligar en 45 días-, honra esa otra historia rara de amor con el mundo que es el cine de Anderson, cruce de Barrio Sésamo y de inexpresividad actoral en manos de actores espléndidos al servicio, eso sí, de sátiras más o menos feroces, más o menos reconocibles.
La de Lanthimos busca en una longitud de onda distinta, más cruenta, más despiadada, lo que Anderson es amabilidad incluso en los crímenes. El paternalismo de los personajes de éste permea la obra de aquel, y en Langosta adquiere la rugosidad de un absurdo más allá del andersoniano, en el que ambos bandos son igual de estúpidos, ridículos y ciegos. Pero también igual de inocentes cuando toca serlo.
Es la clase de pureza hecha a medida de la orwelliana policía del pensamiento, y también la más cercana, familiar, encarnación del terror adulto en la máscara de la niñez, o el infantilismo adulto, que Haneke volcara en Funny Games, o Von Trier, vía crueldad impune, pero igual de infantil en su expresión irracional, en Dogville.
El aislamiento, la imposibilidad de contacto, la farsa a la hora de fingir lo que no eres conecta con la obra de Bradbury, con una forma de pureza que tiene tanto de absolutismo como de lo que William Golding puso en manos de niños jugando a ser adultos, y criminales, en El señor de las moscas. Más Beckettiana que Ionesca, más Bernhardiana que Pinteriana, la langosta con la que sueña ser el protagonista si no consigue pareja en unas horas es una elección ciega, y a eso apuesta el final de la historia: a que todo lo que tienes, o no, se gana y pierde entre brumas. O como en la estirpe de Edipo, en algo que podría ser igual tanto cuando sabes lo que eres como cuando no.

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