21 diciembre 2011
Zampanó te amaba, finalmente
Como si
no pudieras casarte con un director de cine sin purgar en público pecados
pasados o futuros, por cada Vincente Minelli que lanzara a su por entonces
esposa Judy Garland en brazos de Gene Kelly, ha habido un Orson Welles que arrastrara
a Rita Hayworth al crimen y la infidelidad, un Clint Eastwood que disparara o
estrellara a Sondra Locke, un Darren Aronofsky que multiplicara la muerte de
Rachel Weisz o un Spielberg que pusiera a Capshaw a comer sesos de mono. Todos,
salvo éstos últimos, se divorciaron. Y sin embargo, el que más daño hiciera
sufrir a su mujer –y a quienes se asoman a sus películas- es el único que vivió
con ella cincuenta años. Uno asiste a La Strada (1954) y a Las noches de
Cabiria (1957) con un dolor que no viene solo del sufrimiento y la traición idéntica
que Giulietta Masina asoma en ambas, sino principalmente de su rostro dulce,
vulnerable, que cuanto más ama, más hondo le entra el puñal. Acaso la única
forma de no odiar por ello a Federico Fellini era saberle casado con ella.
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