29 diciembre 2011

ramas de un mismo tiempo

Sin ánimo religioso o trascendental que la hilvane, la celebración de la navidad ha venido a ser, por anticipado, por si acaso, la del año que llega como algo distinto de lo que el antiguo trajo. Y qué parte de la embriaguez no será olvidar así que al otro lado del espejo, como en Alicia dormida a la puerta de otro mundo, espera un lado del árbol con no menos tribulaciones, con tormentas nuevas disfrazadas de tormentas antiguas, y claro, soles que ya tenemos. No por nada la mezcla de furia, idiotez e ilusión, tan representada está en lo que Martin Gardner cuenta en su prólogo a la edición anotada del cuento de Lewis Carroll –la vida, observada racionalmente y sin ilusión, parece un disparate contado por un matemático idiota-, como en lo que Shakespeare puso en Macbeth -la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa.

El año a cuya nueva sombra uno despertará en unas horas está hecho del cuento y la tragedia, y es normal pues sus personajes se reparten, mezclados, el mundo, como las ramas de un año se extienden hacia el otro y los frutos que vendrán cuelgan ya de días pasados. De ese agotamiento sacamos la celebración. Del silencio de las fuerzas exhaustas, la algarabía. Es así porque el mundo nunca es viejo sin dejar de ser nuevo por el otro extremo, y por cada oleada permanente de injusticia, despojo y aniquilación nada en ella el pez de la alegría, del disfrute o la gratitud por seguir aquí un año más, aunque lo hagamos pisando en el mismo camino de días alineados del que venimos, que no es precisamente de baldosas amarillas.

Entre ambos lados idénticos del mismo árbol, unos yendo de las raíces a la copa, otros en sentido contrario, la pausa festiva es, al menos, un descanso en el saberse entre las respectivas sombras que son el misterio y el conocimiento. Así, simultáneamente pleno e incompleto, incomprensible y cristalino, cumplido entre la ira y el amor que se repiten hasta llenar todos sus días, el año de un hombre se parecería a una obra de teatro si el cine no hubiera desarrollado una forma más afinada y explícita de elipsis. Por ejemplo, si Terrence Malick no hubiera estrenado este año El árbol de la vida.

Hecho de la misma dualidad que lo llena todo fuera de las salas, de las varias formas de misterio obligado a vivir como conocimiento que el cine ha ofertado este año (estragado, impotente y humilde en Melancolía de Von Trier; íntimo, doliente, imposible en Habemus papa, de Moretti; terrenal inserto en la teoría opuesta en Un método peligroso, de Cronenberg) o su reverso, del conocimiento forzado a camuflarse de misterio (aterrador cuanto más verosímil en Margin call, de Chandor; lúdico y hondo en El ilusionista, de Chomet), la historia de lo ínfimo y lo universal rodada por Malick reluce oscura y críptica como un resumen demasiado real tanto del misterio como del conocimiento. Que es decir de la cuota de origen animal y telúrico que nos bulle dentro, y de cómo nuestra conciencia es el mismo gas que formó el universo, parándose en nosotros el tiempo suficiente para permitir la vida compleja. Como si ese nombre que damos a lo que no controlamos –azar- no fuese sino una ironía minúscula, un juego a escala de lo que fue necesario para que uno estuviera aquí, delante de sus dedos, de un teclado, de un periódico y una fecha, hecho todo de hidrógeno y de helio.

Pugnan la telefonía móvil y las redes sociales por vender la necesidad de que las relaciones con los demás o con uno mismo (este blog, por ejemplo) hayan de sucedernos en público, como si hubiéramos de compartirlas en tiempo real para que sucedan más y en más lugares, asi que no es poco consuelo poder releer “Cómo estar solo” la recopilación de artículos de Jonathan Franzen, publicada hace ya una década.  Ni menos prodigio que, corriendo el cine el camino inverso a nuestra vida transmitida al mundo –de su visionado compartido a su uso individual, en casa- uno pueda, aún, solo y a oscuras, acompañado y en silencio, dentro del árbol de Malick, sentir que los años sí se suceden realmente, que en 2011 uno asistió a algo irrepetible.

1 comentario:

A.Pérez dijo...

que chulo el texto jp, me encanta la frase " De ese agotamiento sacamos la celebración" no lo habría definido mejor. Seguimos el ciclo - de la vida -. Para mi los años no son diferentes ni consecutivos, es el mismo, con otro número, con otra experiencia.