Ir del
jamón a la risa no es un trayecto fácil, porque, para empezar, en ese surtido
de cómicos hay humor 5 jotas y mortadela infame, todo mezclado. Cierto que la
boca que sirve para masticar sirve para esbozar una sonrisa y eso basta en un
anuncio que dure treinta segundos. Como la versión ofertada dura cinco veces
más, la gravedad con la que se llega al gag tiene el sabor de una salazón
excesiva, de una curación amarga, casi disecada. Lo que sigue al teléfono que
suena cuando la digestión de la idea es ya insufrible conserva el poder
magnífico de emocionar. Pero lo que perdemos en el camino, extraviado, injustamente
fatigado, es la congregación, no del humor, sino de la historia de un país representada
en rostros con los que uno ha crecido, aprendido, incluso si el precio era
rechazarlo, ya de adulto. Cada una de esas caras que se congregan alrededor de
una lápida ha detenido, risa mediante, por un instante cada una de los
conflictos constantes y mínimos que nos acosan, nos duelen, nos amputan horas
de alegría. Aún esa pérdida, el mensaje antibelicista de Gila se entiende
transparentemente como uno que llama a detener el sufrimiento que nos acosa,
aunque las trincheras sean hoy financieras y sus muertos sigan vivos, en la
penuria progresiva. De unos charcuteros cabría esperarse el valor exacto de saber
cortar, pero de momento, como las propias fiestas que nos inundan, la idea es
mucho mejor que su ejecución. Sin ese exceso, y con solo cambiar al más famoso
de los cómicos por el más solvente que ese plano necesita (Forges, Cano) tendríamos
una maravilla. Es mortadela, pero cierras los ojos al final y sí, sabe a
jabugo.
1 comentario:
Me parece un anuncio precioso...a pesar de campofrio :)
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