19 diciembre 2011

coreo

Si nadie necesita ser especialmente valioso o bueno para granjearse nuestra simpatía, la política es el espejo perfecto en que observarlo. Muere kim jong-il, sátrapa clásicamente lelo de Corea del Norte, y a China le falta tiempo para, junto a la obviedad (criminal, pero ese es otro tema) de que “fue un gran amigo”, añadir la infamia de que fue también “un gran líder”. En vida, el poder blinda aún más lo difícil que se hace llamar idiota a quien, con su comportamiento, lo va gritando. No aprovechar la muerte para pagar, siquiera sea póstumamente, esa deuda es un latrocinio más y el insulto enésimo a los ojos de quienes, derruidos por el desvarío infantiloide y necio de quien les gobernara durante décadas, merecerían que alguien dijera la verdad. Si no para empezar la reconstrucción del país –que a quién interesa mientras el maletín nuclear esté a salvo, bajo uno, más abultado, de dinero chino- al menos para poder fundar en ella lo que venga de ahora en adelante. 

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