05 diciembre 2011

nadando en el vaso


La piscina municipal tiene anexa una más pequeña, cuyo uso por las mañanas laborables se reparte entre los contadísimos que la usan para caminar, trabajando la fuerza de las piernas, y los partidos fugaces de waterpolo que el grupo de síndrome de down juega con el agua a la altura de las rodillas. Pero en general es una superficie impoluta, como unas termas a la espera de patricios o un monumento en paz a la agitación que sucede unos metros más allá en la piscina grande. Pero basta que la temperatura del agua de la piscina grande baje algunos grados para que el vestuario se llene de hombres recios que dicen renunciar a meterse en la piscina. Hombres que uno ve después chapotear en el monumento, como lo harán los niños por la tarde. Entre ellos, los que cada mañana uno se encuentra en la calle de la piscina indicada como nivel alto, paseando mientras les adelantan una y otra vez. Acostumbrado a que lo que les deje frío sean los carteles que dividen la piscina en niveles, uno se mete en el agua tiritando de gusto.  

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