La
piscina municipal tiene anexa una más pequeña, cuyo uso por las mañanas laborables
se reparte entre los contadísimos que la usan para caminar, trabajando la
fuerza de las piernas, y los partidos fugaces de waterpolo que el grupo de síndrome
de down juega con el agua a la altura de las rodillas. Pero en general es una
superficie impoluta, como unas termas a la espera de patricios o un monumento
en paz a la agitación que sucede unos metros más allá en la piscina grande. Pero
basta que la temperatura del agua de la piscina grande baje algunos grados para
que el vestuario se llene de hombres recios que dicen renunciar a meterse en la
piscina. Hombres que uno ve después chapotear en el monumento, como lo harán
los niños por la tarde. Entre ellos, los que cada mañana uno se encuentra en la
calle de la piscina indicada como nivel alto, paseando mientras les adelantan
una y otra vez. Acostumbrado a que lo que les deje frío sean los carteles que
dividen la piscina en niveles, uno se mete en el agua tiritando de gusto.
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