20 diciembre 2011

2. La gata sobre el tejado de Mtsensk

Si el Serguéi de Shostakóvich hubiera sobrevivido casi dos décadas a los campos de exterminio estalinistas, en 1953 habría sabido de la muerte de Stalin… y solo dos años después, de la resurrección de aquella Katerina a la que viera arrojarse a las aguas heladas del Volga, bajo la forma de la Maggie que Tennesse Williams pusiera a esperar en vano en su tejado de zinc caliente. Y aún habría tenido este Serguéi veinte años para buscar a Shostakóvich por hacerle purgar el destino del que, solo con mucha suerte, se libro éste. En las tres recreaciones que uno ha visto de Lady Macbeth de Mtsensk, Katerina espera bajo un tejado del que baja siempre su amante. Y en dos de ellas, incluida la que Martin Kusej muestra estos días en el Teatro Real, el tejado lo es de una espacio con forma de jaula, en la que matar el aburrimiento o a quienes lo causen.

Prisionera de similar techo, Maggie es la gata, pero solo en el título. Dentro de la obra, es más bien el pájaro cautivo, impotente, frustrado por el mismo aburrimiento que devora a Katerina, y acaso por motivos también similares, pues la incapacidad de su marido –Zinovi Ismailov- por engendrar un hijo en ella es, en todos los montajes, flojera vital incomprensible, tan la que atormentara a Brick en el drama de Williams, dado que Katerina es literalmente una gata en celo, a la que desean su suegro, su amante y hasta el pope, todos menos su marido. Maggie no saca las uñas ni la décima parte de lo que Brick maulla su ira descreída y abandonada a su suerte. Y sin embargo, nacida veinte años después de la muerte de Katerina, solo ella parece habitar en el sur estadounidense. Su jaula, tan compartida con seres gélidos, mezquinos y cínicos como los que, fuera de ella, acosan a la Maggie de Shostakóvich, tan prontos a ocultar la muerte como a renunciar a la vida, está sacada del mismo río helado. 

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