19 diciembre 2011
1. origen del olor y malos escondites
Escribe
Andrés Ibañez en el cuaderno editado por el Teatro Real sobre un artículo de
Richard Taruskin publicado en The New York Times ¿al estreno de Lady Macbeth de
Mtsensk en 1936? en el que afirmara que Shostakóvich trataba de justificar en
su ópera el genocidio que tenía lugar en Rusia en aquellos años. La respuesta
de Ibañez es que “a nadie se le ocurriría
defender el asesinato de los Kuláks por la sencilla razón de que desde el punto
de vista oficial no había ningún asesinato de Kuláks y la Unión Soviética era
una paraíso de paz y armonía”. Atacada por su complejidad formal que,
paradójicamente, veía en la brutalidad simple y pura de casi todos sus
personajes la falta de sencillez y pureza humana que debía caracterizar el arte
popular que el régimen de Stalin quería, contiene una segunda paradoja: siendo,
como escribe Ibañez que “no hay nobleza,
ni ley, ni consuelo, ni amistad, ni sabiduría, ni perdón ni perdón el mundo de
Katerina. Lo único humano que hay en la ópera es el aburrimiento de Katerina y
su amor por Serguei. Porque ella es, realmente, la única persona que hay en
Lady Macbeth: los otros son fantasmagorías, figuras de pesadilla, muñecos
deformes.”, sirve para ilustrar
fielmente el deseo de un arte popular y campesino como el de un arte perfecta,
ortodoxamente aburrido. La respuesta más clara podría estar en algo que el
propio Ibañez escribe unas líneas antes: “los
personajes dicen todo el rato lo que piensan y lo que pasa a su alrededor y nos
informan con claridad de lo que necesitamos entender. Los estúpidos son muy
estúpidos, los lascivos muy lascivos, los crueles muy crueles.” Inmersos en
su cruzada genocida por arrancar el pensamiento de un país y abonar con su
sangre el suelo hasta dejarlo formado solo de campesinos a los que gobernar más
fácilmente, nada podía ofender tanto a Stalin y su corte de carniceros como que
lo que se contara en el escenario fuese que cada uno era, transparentemente, lo
que era.
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