Correr
cuando el mundo se queda solo es salir de la paz y llegar a lo fantasmal: como ocurre
un domingo, temprano, las calles vacías crean una ciudad nueva, que acabara de
ponerse en marcha, aún sin usar, sin ensuciar, una que no nos necesitara. Caminarla
mientras todos se ocultan en sus casas, no dormidos sino aguantando la respiración
delante de un televisor es recorrer un mundo de espectros, del que eventualmente
vienen gemidos, suspiros o gritos al unísono, que parecen venir de todas partes,
pero sin que llegues a ver a nadie, como si las propias calles vacías los
generasen para no sentirse raras. El espejismo alcanza incluso a los plásticos
que cubren los muebles dejados en una terraza mientras las obras tienen lugar
en uno de los pisos del edificio. Cuando uno sale a correr, éstos han
abandonado los muebles y caen hacia el suelo, ondeando al suave viento de la
tarde como una bandera blanca, que es, como cualquiera puede entender, más de rendición
que de otra cosa.
24 mayo 2014
04 mayo 2014
Darthccionario
A partir de “may
the force be with you”, el 4 de mayo se celebra, de forma no oficial, el día de
Star Wars en todo el mundo. Por apenas ocho días, no coincide con los veinte años
transcurridos desde la muerte de Richard Nixon, quien dimitiera tras publicar
el Washington Post pruebas de su pertenencia al lado oscuro de la política. Sin
tanto escrúpulo, parte de la música que John Williams compusiera para Nixon
(Oliver Stone/1995) sería reutilizada, por él mismo, en la segunda serie de las
películas de Star Wars.
noria de bachmayer
Escrita por Laila Ripoll y Mariano Llorente, El triángulo azul, estos días en el Valle Inclán, cuenta la peripecia de los españoles condenados por el régimen paranazi de franco a morir en el Campo de exterminio de Mauthausen o allí donde se les antojara a los alemanes. En un momento de la representación, convertida en bufonada la tortura y muerte de uno de los prisioneros del Campo, los músicos –prisioneros vestidos de payasos- animan al público a dar palmas mientras la agonía del torturado da paso a su asesinato. Quien asiste, estremecido, ha de elegir en ese instante, no si está en el teatro, sino si eso que está viendo lo es pese a las evidencias. No pocos aplauden cuando se les pide. Buscado o no, la representación conquista, así, algo que cualquier libro sobre la alemania nazi, y en este caso concreto, El convoy de los 927, de Montse Armengou y Ricard Belis, describe: que en un genocidio hay siempre tantos cómplices como muertos.
27 abril 2014
Mismo enemigo, mismo pueblo
Siete años han pasado desde que Israel Elejalde se
asomara por vez primera al Centro Dramático Nacional. Y quizá porque el tiempo
de los autores que ayudara a encarnar no se ha movido un ápice de Ibsen a
Galdós, las peripecias de sus personajes tampoco lo han hecho. El único amigo
que Ibsen pusiera a disposición del doctor Stockmann en su Enemigo del pueblo resultaba,
en la Doña perfecta, de Galdós, más de los que el protagonista –Pepe Rey- podía
encontrar en un pueblo perdido de la España de finales del XIX. A merced en
Ibsen de todos los que, en la advertencia sobre la calidad de las aguas del
balneario, prefieren la mentira a ver arruinada la fuente de sus ingresos, y en
Galdós de quienes, por mor de la autoridad obvia de la iglesia y el absolutismo
de la burguesía local atrincherada, conspiran contra la elemental verdad que
defiende el joven llegado a Orbajosa, Elejalde está más solo cada vez. También
porque el lado que defiende en solitario la verdad es más vulnerable si quien
defiende la mezquindad es de su propia sangre –el hermano en Ibsen, la tía en
Galdós. Su Alcestes reluce estos días en El misántropo como un enésimo
Zaratustra, sin el consuelo de tener a quien mirar a los ojos mientras aquel le
traiciona, dado que en la versión de Del Arco, esa es una misión al alcance de
cualquiera. Encarnará un día a John Proctor, de Las brujas de Salem y su
muestrario sobre el jurado torticero o directamente fanático seguirá puliéndose.
24 abril 2014
Desde el mismo núcleo de la mecha
Inserto
en un artículo sobre genómica, se lee en El País, ayer, de la creación de la Human
Longevity Inc. “Nuestro objetivo es que
los 100 años sean los nuevos 60” –dice su cofundador. Se ceban así dos
bombas a la vez: la demográfica y la que trae el cambio climático, cuya amenaza
se trata justo a la inversa: Nuestro objetivo es que los 60 años sean los
nuevos 100.
Cien años de memoria
Como
no lo he leído estos días en la prensa, lo dejo aquí: creo que es al principio
de Cien años de soledad cuando se narra la peripecia de un hombre que, conforme
pierde la memoria, ve cómo su esposa o familia va sembrando la casa de notas
con el nombre de las cosas, cada una junto al objeto que describe. Las
editoriales que lo distribuyen hacían lo mismo ayer.
21 abril 2014
diario de a bordo de la astilla
Como casi todo lo que pudiera rodarse a partir del Antiguo Testamento, Noé, de Darren Aronofsky, es una película sobre el sentido del humor de dios. Más específicamente, sobre cómo quien no juega a los dados con el universo podría albergar cierta disposición a hacerlo con los hombres. En uno de los escasos hechos que el guión no modifica o fabula directamente, con el destino de la especie humana en juego, convencido Noé de que dios no desea más hombres que los que vayan a bajar del arca, y al saber que la mujer de su hijo Set está embarazada, tras jurar matar al recién nacido si es niña, dios envía no una sino dos gemelas a su vientre. Sin tanto estrés, incluso Noé habría apreciado el sentido del humor de quien extermina a una especie en su práctica totalidad para luego dar a esa especie la oportunidad de repetir los mismos errores, esta vez sin tanta competencia.
Como los propios inquilinos del arca, cada idea no literalmente tomada del Libro del Génesis es también doble, y si una sirve para vender entradas, la otra no desmerece ni del mundo previo a ese diluvio, ni del posterior: son los descendientes de Caín los llamados hombres, solo ellos. El mundo previo al castigo divino es uno familiar: la deforestación brutal, la contaminación impune, la tierra esquilmada, el canibalismo simbólico y el otro, las ciudades, las máquinas. Solo la presencia del descendiente de Caín dentro del arca es redundante, pues, como recalca Noé a quien quiere escucharle, eso viaja ya dentro de cada uno de ellos. Noé y Set Matan a cuantos pueden para salvaguardar la misión encomendada. Noé deja morir después a quienes claman antes de que la inundación se los trague. Las líneas más verosímiles son, ya sea dirigidas a dios o a aleccionar a uno de los hijos de Noé, las del tataranieto de Caín –“yo doy la vida y yo la quito, como tú”.
Anclado
en la parquedad expresiva de dios y en la dificultad de consensuar con él un
diccionario, las preguntas más interesantes de la película tienen que ver con
el tormento interior de Noé, convencido, con razón, de que obedecer a dios es
defraudarle y confiar en su criterio, un acto de ingenuidad que tiene en cada
uno de los miembros de la familia regeneradora un ejemplo distinto: Noé no
puede matar a un recién nacido si dios no se toma la molestia de impedir el
embarazo, que sería lo más fácil y limpio. Su esposa niega la voluntad de dios,
que viene de ejecutar a millones de adultos y niños, solo porque estos niños
son sus nietos. Set, una vez padre, opina igual. Cam es el más humano de todos
ellos: la sensación de tener menos que su hermano y el deseo de venganza
corroen su alma. La pregunta de quién traiciona a quién –si Noé a dios, dios a
Cam, Cam al resto- es menos interesante que ver en el desenlace –el diluvio
como acto estéril si la especie humana pervive- uno que dios debía prever, al
poner en las manos de un hombre la decisión sobre los frutos de su propia
sangre.
La
última década ha visto, con esta, tres arcas llenar los cines: la que Roland Emmerich
fletara en su 2012 (2009) y la que Scott Derrickson bajara del cielo en el
remake de Ultimatum a la tierra (2008). Si ésta respetaba ortodoxamente la
simbología del arca –los animales a salvo por parejas, el hombre a salvo, desaparecido
de la faz de la tierra-, aquella añadía el matiz más verosímil posible: que los
ocupantes de las tres arcas construidas a tiempo lo fueran avalados por los
ingresos que pudieran pagar el camarote, de forma que militares
estadounidenses, jeques árabes y millonarios rusos navegan plácidamente hacia el
futuro de la especie. Si asistir al comportamiento de los hombres sirve para
juzgar a dios, y mirar a éste como aquel del que surgiéramos hechos a su imagen
y semejanza, sirve para declararnos inocentes, la película de Aronofsky añade un matiz de esperanza a futuro: si al menos descendiéramos de Jennifer
Connelly.
19 abril 2014
De la hemeroteca de Arturo Galván
“Lope de Rueda… Juan de la Encina…
Torres Naharro… ¡pero quién coño son éstos!... ¿dónde han estrenado estos
cabrones si puede saberse?... estos son de falange, seguro. Recomendados del
gobernador… ¡nosotros traemos a Muñoz Seca, a los Quintero, a Torrado, a
Jardiel Poncela! ¡no a enchufados!”
De El viaje a ninguna parte, de Fernán Gómez.
18 abril 2014
Cortedad de España
17 abril 2014
send in the clowns
Compuestas
con cincuenta años de diferencia, Ruggero Leoncavallo y Pablo Sorozabal escribieron,
respectivamente, sus Pagliacci (1892) y Black el payaso (1942) cuando el circo
era un personaje que solo moría en escena. El montaje doble de estos días en El
Teatro de la Zarzuela ha invertido el orden, pero dudosamente la profecía. Incluso
disponer de un espacio fijo en Madrid que lleva el nombre de Circo Price solo
sirve hoy para advertir cómo los payasos que en la ficción musical pugnan y
sufren queriendo ser otra cosa –un rey, un hombre- lo han logrado: en el circo
moderno muy raramente asoma un payaso ya. La admonición de Tonio al principio
de Pagliacci –“yo soy el prólogo”- es
tan profética acerca de la caída como lo sea una de las primeras que pronuncian,
al unísono, Black y White –“¡Y hay quien
dice da preocupaciones gobernar a las naciones! ¿Y gobernar al público no es
nada?”. Mientras la ópera regenera permanentemente sus obras mayores –de Monteverdi
a Gershwin- al tiempo que crea su propio repertorio contemporáneo, la zarzuela
declina porque sus libretos son, en su mayoría, material apolillado. Entre el
White payaso y el White primer ministro, el público menor de cuarenta años escoge
hoy… a Tonio y Canio, aunque sean éstos los que pasen la obra entera sin salir
del circo y no a quienes, en la obra de Sorozabal, no lo pisan. Hay cierta
crueldad en que lo que vale para buena parte del género de la zarzuela y la
opereta no lo haga en Black el payaso –su música y su libreto son estupendos-, y
lo que se aplica a Pagliacci –libreto más bien simplón- la ubique, pese a todo,
entre las óperas más populares y representadas. Tratando ambas de la verdad dentro
de la simulación, hablan también de ese reducto amenazado del payaso que cumple
hoy su función: Leo Bassi sufre amenazas del sector más integrista del catolicismo
cada vez que sus monólogos hablan de ese circo fangoso: la religión fuera del
libreto que se pregona desde hace siglos.
posando para la catástrofe
13 abril 2014
09 abril 2014
muñecas rusas
Se pregunta David Nieto en Cartas al director, hoy en El
País, si respetaría la Generalitat el derecho a decidir de las regiones en las que hubiera ganado el “no” y
que, por tanto, hubieran decidido seguir junto a España. Y más valiosamente, si
se permitiría, en un supuesto futuro estado catalán, que una región integrante
de Cataluña decidiera por sí sola irse de dicho estado. El proceso sigue –dice artur
mas, nada más asistir al veto absoluto del congreso. Si no entiende a Nieto ni
lo que el significado legal de la decisión de ayer comporta es porque está
hablando de la novela de Kafka que lleva ese título. Improbablemente ha de
saber también de qué habla ésta.
03 abril 2014
ser abuela de tu hermana
La versión de Tres hermanas, de Chéjov, que Sanchis
Sinisterra muestra estos días en La Abadía, dirigida por Carles Alfaro, habría
gustado más a Shakespeare de lo que acaso a Chéjov, contada la historia de las hermanas
Prózorov como si fueran las tres brujas de Macbeth puestas a soñar una historia
rusa, tres siglos después. Solo que, puestas por Sinisterra a decir a todos los
demás personajes que han sido suprimidos, Masha, Irina y Olga acaban superando
el presente que Chéjov las puso a padecer y, en la vejez que recrean Julieta
Serrano, Mariana Cordero y Mamen García, son literalmente el futuro que temen. No
es un ápice distinto a lo que Chéjov condenó a tantos de sus personajes, pero sí
modifica la incertidumbre, el temor a la soledad que puso en ellos, pues, dicho
y leído desde el fracaso de sus sueños, más semeja el relato de un conjuro fallido
que la vicisitud aburguesada de tres jóvenes rusas por escapar de su destino. Puestas
a ser, respectivamente, el personaje y el portavoz de otros, mezclados los
miedos y las ilusiones vanas, más funciona el espejismo cuando más conoces la
obra. Es así como lo que podría ser la baza principal del montaje de Alfaro es,
probablemente, su agujero más hondo. Cuando Irina lamenta “a dónde se ha ido todo el mundo”, la mayoría no ha de saber de
quienes habla. Nunca estuvieron aquí, no hoy.
ver (concur) so
se toma un verso, se publica y se espera a que alguien añada otro, y otro, y así.
posibilidades de éxito: cero
trátame como lo hace tu ausencia
01 abril 2014
30 marzo 2014
her tube
Escuchar voces en tu cabeza, o en una cabeza que es
idéntica a la tuya, está en el núcleo mismo de la magnífica epopeya
introspectiva que viene creando Spike Jonze, al principio vía Charlie Kaufman y
ya solo, desde su debut en 1999. Literalmente en Cómo ser John Malkovich, desdoblado
en un hermano gemelo en El ladrón de orquídeas (2002), encarnada tu voz en la
de aquello que llevas dentro en Donde habitan los monstruos (2009), Her (2013) pudiera
ser el corazón de todas ellas y al mismo tiempo, la que mejor y más emotivamente
cuenta ese problema de depender de voces que vienen de dentro: cómo el hueco
que su desaparición deja no puede ser llenado desde fuera.
Interactuar con las invenciones de tu mente no está lejos
de la versión digital de la amistad que las redes sociales han implantado y
ese, aunque no el más hondo, es uno de los senderos que recorre Her: la
conversión de la amistad y el amor vía intermediario virtual, en la amistad y
el amor mismos. Si el sexo virtual que Theodore Twombly/ Phoenix mantiene con el sistema operativo se convierte
en real cuando éste es incapaz de tenerlo con un espécimen tan atractivo y
tangible como Olivia Wilde, la plenitud que Twombly experimenta al sentirse
comprendido, alentado y amado incondicionalmente es solo una posibilidad irreal
si se considera que una inteligencia artificial no es capaz de tal cosa.
Por eso
Her es, en su metáfora de la soledad y el consuelo modernos, una que viaja en
dos sentidos, a cual más magnífico: el que va del amor y la necesidad absoluta
que Twombly desarrolla hacia un programa informático, y, más pura,
metafísicamente inimaginable, el que éste puede experimentar hacia algo tan
alejado de la omnisciencia y la perfección como sea un ser humano. El logro
magnífico de Jonze está en que la historia de amor llevada hasta su
imposibilidad no sucede, como cabría esperar, porque uno esté hecho de
circuitos y otro de carne y hueso, sino porque, de los dos, quien acaba
alcanzando el amor más profundo e incontrolable es el que menos esperarías que
lo haga.
La imposibilidad emocional que devasta a Twombly en el intento de entender porqué quien
dice vivir para él es capaz de amar, simultáneamente, a 640 personas más es,
acaso, la explicación menos dañina del fenómeno asombroso que sucede al otro
lado del auricular que le une a la voz artificial: cómo amar a tantos seres
humanos a la vez podría ser el placebo temporal que una inteligencia superior
emplea para aprender a amar mientras llega el día –y llegará- de buscar un
amante a la altura.
El
derecho de la soledad humana a hallar su salvación donde se pueda supera la incredulidad
primero, y el pudor social después, y eso, que podría tomar forma de sátira cruel
sobre nuestra dependencia de wassup, es una más compasiva verdad: que basta la generalización
de un hábito, patético o noble, para validar la pulsión menos confesable. Que
aquello que necesitamos para tapar un agujero podría ser la voz, escrita o
hablada, que viene del agujero mismo.
Si el
propio trabajo de Twombly –escribir cartas de amor, aflicción, compasión o empatía
en cualquiera de sus formas para gente que no sabe o quiere hacerlo- no le libra
de distinguir el riesgo que entraña depender de algo que es solo un eficaz
sistema de sustitución de la realidad es porque a ésta no le importa depender
de eso, sino no tener de quién depender. Si nadie como uno mismo para entenderte,
un sistema informático es una digna segunda mejor opción. De hecho, ni siquiera
necesitas el amor de por medio para apreciar el espejismo: la otra relación de
dependencia obvia que muestra Her –la de Amy/Adams- es mostrada como una de
mera amistad, por más intensa, permanente e imprescindible que resulte la voz
artificial que susurra desde el auricular.
En el libreto del montaje estrenado en Nueva York en 2012
de esa otra historia de una voz que imposiblemente debiera estar escuchando tu
cabeza que es la epopeya del vagabundo Porgy por merecer el amor de Bess en la
ópera homónima de los Gershwin, Richard Pacheco escribe que “lo que realmente conmueve a Bess del bruto
Crown es lo mucho que la necesita, cómo la soledad de éste no es un ápice menor
que la del bondadoso Porgy. Sin ella, ambos están perdidos. ¿Qué mujer podría
resistir eso?”.
Que la película de Jonze sea Her y no She habla de esa
propiedad del amor que más intensamente se experimenta cuanto más tuyo sientes
algo. Y por eso la decepción, la única decepción del personaje interpretado por
Phoenix, no tiene que ver con la ausencia de cuerpo de aquella de la que está
enamorado, sino con que lo que tiene sea, de pronto, de muchos más. Cuando su
sistema operativo se confiesa enamorada de centenares de hombres y mujeres, lo
que se pregunta no es cómo algo privado de cuerpo puede lograr eso, sino porqué
él mismo no es capaz de bastar a la mujer que ama.
Por eso, también, la voz no puede venir de unos altavoces
sino de un auricular sin cables –que no venga de fuera, sino de dentro- que
hacen que Phoenix y Adams parezcan estar hablando siempre consigo mismo, como
algunos de quienes viven solos demasiado tiempo. Alguien que te ama tanto, que
te conoce, comprende, perdona y alienta tanto que es casi tú. Cómo no amar a
alguien que, incluso en la voz de Scarlett Johansson, mirada en el espejo se te
parece tanto.
29 marzo 2014
28 marzo 2014
27 marzo 2014
campo atrás
A una década
en la que jugué al baloncesto casi cada día, ha seguido otra en la que casi habré
visto teatro en la misma proporción. Y han tenido que pasar cada uno de esos últimos
diez años para que vea, finalmente, jugar al baloncesto en un escenario. A la
tortura de que eso suceda estos días en la sala pequeña del Valle Inclán, donde
casi podrías alcanzar el balón si das un par de pasos, se suma una peor: lo
malos –o verosímiles dado el año en que se ambienta la ficción- que son Ernesto
Arias y Daniel Muriel en el empeño. Formado por jugadores sacados de las academias
militares rusas, el CSKA de Gomelski imperaba en Europa en los mismos años en
que estos militares españoles pugnaban en su delirio por seguir salvando a
Europa de la invasión comunista. Si hacen eso con un balón en las manos, qué no
harían con un país.
26 marzo 2014
Continuidad de las calles
Horas después
de ver en el Matadero Continuidad de los parques, de Jaime Pujol, puedes correr
en el Retiro y ver los mismos pinos y castaños de indias que aparecen de fondo
en el montaje de Peris-Mencheta. Tratando aquella de lo que crees ver y de lo
que pides a quienes, alrededor, han de decidir si te siguen o no la corriente, correr
por la mañana bajo esas copas es un acto similar: a una hora en la que grupos
nutridos de personas mayores abarcan el ancho del paseo de coches, haciendo
ejercicio en torno a un monitor situado en el centro, lo que éste indica como
movimiento de cierta arte marcial, es reproducido por los alumnos como pasos de
baile, en un gigantesco karaoke gestual en el que, si uno se acercara lo
bastante, podría quizá reconocer al hombre que, en la obra, toma el banco de un
parque por un taxi, al que viene para practicar con su primo cómo abordar a una
mujer, al que llaman por teléfono para preguntar por el desconocido que queda
justo a su lado en ese instante. Cuántos de quienes corren, observando todo
esto, no son sino actores. Cuántos de quienes son observados no son sino
personajes a la espera de que alguien vea en ellos algo más, un movimiento que
no es lo que hacen, una vida que no es la que les espera cuando el círculo se
disuelve.
24 marzo 2014
Grand hotel Anderson
Hace
unos meses escuché un chiste acerca de la diferencia entre un concierto de rock
y una obra de teatro escrita por un autor novel: en el primer caso, el público
se sabe de memoria los nombres de quienes están en el escenario, y en el
segundo, es al revés. Wes Anderson no es un primerizo y sin embargo es difícil recordar
los nombres de tantos como se suceden en sus películas sin que los recién
llegados –Fiennes, Murray Abraham en Grand Hotel Budapest- suponga que la lista
se acorta por el otro extremo. Si improbablemente ha de existir un cineasta más
reconocible en cada una de sus películas, en sus carteles están a punto de no
caber todos los actores que, en papeles grandes o minúsculos, acaban asomando
en su cine como si, además de la expresividad de su humor, quienes lo encarnan pudieran
turnarse los papeles sin que el conjunto lo note, sea cual sea la mezcla, sea Owen
Wilson o Jason Swartzman tirando del tren allí o viajando en tercera aquí. Y en
ello hay una sensación de que su cine, construido sobre la expresividad de un
teatro antiguo y digno, que diseña sus personajes y su narración como si títeres
o recortables, fundado sobre la necesidad de la inocencia, sobre cierta
infancia a perpetuidad, o no envejecerá o, como otras infancias, lo hará muy
mal. Uno escribe entender que el cine de Anderson sea de los que amas u odias.
Para los huéspedes de lo primero, el gozo es renovado y total.
21 marzo 2014
20 marzo 2014
interlineado
Como
si una profecía con prisa, el mismo día en que se lee en El País de la venta de
Alfaguara, Taurus, Aguilar, Suma de letras, Punto de lectura, Altea, Fontanar y
Objetiva a Penguin Random House, justo detrás se imprime noticia de la CEOE
clamando contra la reciente reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que
obliga a los agregadores de noticias en internet a pagar por la información
elaborada y financiada por los medios de comunicación a los que se roba. Las
objeciones de la patronal incluyen la amenaza de “disuadir a los emprendedores de crear nuevos negocios en Internet,
frenando el desarrollo de nuevos modelos de negocio digitales”. De existir
un Greenpeace de la propiedad intelectual, no daría abasto a denunciar la pesca
de arrastre con que se esquilma desde un barco pirata inmenso –la permisividad
del gobierno- que esconde lanchas –las operadoras de telefonía- donde a su vez
embarcan submarinistas –las asociaciones de usuarios de Internet. Desglosado el
acto de robar en tantos cómplices como hay, que quien debiera defender a las
empresas obviamente saqueadas –los medios de comunicación- se ponga de parte
del corsario se explica en ese acto clásico de la piratería naval –navegar bajo
una bandera distinta de la que realmente cuenta lo que eres. Y qué sino el botín
de los derechos robados justifica la existencia de una patronal que aglutine a
quienes ya, a título individual, viven de tomar por asalto el derecho de un
trabajador a un sueldo digno. De la misma forma que un presidente de un
Tribunal Constitucional debiera inhibirse de casi toda toma de decisiones por
el mero hecho de ser socio de un partido político, nada que incluya el término “derechos”
debiera estar al alcance de los comunicados de la CEOE. La venta de las
editoriales del grupo Santillana es otro galeón que cede sus tesoros, pero al
menos, es su dueño el que decide robarse a sí mismo semejante Potosí. En ambos
casos, uno es más pobre hoy. Y Santillana, dos veces pobre.
19 marzo 2014
el arte de la referencia
Dos
máquinas de segar recuerdos se cruzan en el jardín en que transcurre El arte de
la entrevista, de Mayorga, estos días en el María Guerrero: una es la tentación
de fabular qué sugiere una entrevista, una cámara, una pregunta; otra, qué
ganas con ello, seas una anciana sometida a una entrevista escolar, o un
preparador físico que llega para atenderla. Solo que en realidad ambos son
otras cosa: la posible invención de un pasado mejor –que, en su apuesta por
reencontrarse con su exmarido, afecta a la madre tanto como a la abuela- es
solo la necesidad humana primordial de generar interés en alguien, más si es
alguien que ya lo sabe todo de ti. Y en cuanto a la segunda, es solo la imposibilidad
de no amar, el miedo a dominar eso. Por eso lo que buscan todos es lo mismo: el
entrenador, ayudar a quien te agrede; la anciana, decir la verdad a quien no la
necesita; la madre, amar a quien no lo merece; la hija, que quien no puede
quererla la quiera. Es casi un acto de coherencia que, el día que uno va a
verla, llena la platea de adolescentes y señoras mayores, las referencias a la letra
de Thunderoad, de Springsteen, parezcan buscar un público que no está por ningún
lado.
18 marzo 2014
más ciencia ficción
el mismo día que se lee sobre parte del argumento que vertebrará la nueva entrega de la saga Star wars, desde NY llega otra secuela enésima, con menos ciencia y mucha más ficción:
http://deportes.elpais.com/deportes/2014/03/18/actualidad/1395171380_015201.html
http://deportes.elpais.com/deportes/2014/03/18/actualidad/1395171380_015201.html
14 marzo 2014
Lepage antes de Lepage
Las pistolas de la marca del armero parisino Lepage
estaban, en época de Pushkin, consideradas las más indicadas para los duelos. Dado
su elevadísimo precio, amortizarlas podría haber
sido la razón que llevara a Pushkin a batirse tantas veces como pudo. Duele dar
la razón, siquiera fugazmente, a los fabricantes de armamento, pero quizá con
armas más baratas, ahora tendríamos más libros suyos.
11 marzo 2014
10 marzo 2014
para un diccionario de símbolos
La casa que hoy es embajada de Ucrania en el parque de
Conde de Orgaz fue, hace años, la casa familiar de un compañero de colegio que
al menos una vez nos invitó a ella. Su valla está hoy sembrada de velas dejadas
en memoria de los muertos recientes. Uno pasa corriendo cada mañana delante de
ella y hoy, desde la casa contigua, salía un pastor alemán a la calle a
exigirte parar, como poco. Más ruso podría ser que, de todas las frases
pronunciadas por su dueña intentando aferrar al perro, ni una sola sea de
disculpas.
09 marzo 2014
música allí donde miras o ya no
Como en la mayoría de producciones ligadas al director
anterior del CNTC, Eduardo Vasco, hay mucha música en la versión de Lluis Pasqual
de El caballero de Olmedo, estos días en el Pavón. Pero uno no cree haber visto
nada tan poderosamente traído desde tan lejos como el tango que Pasqual ha
hecho de los primeros versos del III acto, y que David Verdaguer canta como si
Lope de Vega lo hubiera puesto ahí, esperando que alguien lograra resistirse a
hacer de toda su obra un tango inmenso, que cantara incluso don Alonso en su
agonía. Y qué sino un bandoneón parece pedir ese verso -la gala de Medina, la
flor de Olmedo.
Compuesto casi cincuenta años después de que Wagner
estrenara en Dresde El holandés errante, el primer movimiento de la novena
sinfonía de Bruckner parece ilustrar el enésimo advenimiento de aquel marino
condenado a vagar por la eternidad hasta que el amor le redima, pero también es
el mar que ve a Isolda prisionera de Tristán, rumbo a Cornualles. Esa cualidad wagneriana
de corriente sonora sin fin, en el que las tubas parecen sonar desde la silla
de Neptuno viene, también, en este marzo primaveral de 2014, de veinte años
atrás, del tiempo en que Sergiu Celibidache condujera, sentado, las nueve
sinfonías de Bruckner con la Sinfónica de Munich en esta misma sala del
Auditorio Nacional. A salvo en el segundo anfiteatro, un hombre sentado a mi
derecha abría la gabardina, que no se había quitado. Asomaba entonces una
grabadora no precisamente discreta, que cada una de esas noches se llevaba a
casa, simultáneamente, a Celibidache y a su opuesto exacto, dada la proverbial
exigencia de éste para validar una toma de sonido que pudiera llegar a
escucharse en soporte alguno. Como éste, el holandés errante que penara también
por un exceso de exigencia se une, finalmente a Bruckner, en ese otro empeño
generalizado de quienes tratarán de llegar a componer una novena sinfonía:
dejarla incompleta.
Ir a ver, hasta hace unos días en el Teatro de la
Zarzuela, el trabajo de Graham Vick para la zarzuela Curro Vargas, de Ruperto
Chapí, es un empeño loable aunque inútil, dado el libreto al que presta su espléndido
esfuerzo. Que quien no se consuela es porque no sabe dónde mirar podría
explicar a ambos lados: a Vick, que probablemente tenga la suerte de no haber
leído el libreto, y al espectador impotente, que mejor puede buscar su obra en su
Falstaff de 1999 en the Royal Opera House, o en su Tamerlano, visto aquí en
2008. Ambos editados por Opus Arte.
07 marzo 2014
El viaje al ningún lugar de siempre
Un tercer ejército recorría los caminos de España tras la
guerra civil y éste cambiaba de bando cada tarde a las 19h, con suerte dos
veces al día. Las compañías de repertorio, que alternaban las formas de la
comedia según la población mientras las formas de la miseria se representaban
todas a la vez, palidecieron mientras el repertorio social pasaba, en cincuenta
años, de la corrala cultural a uno más profesionalizado que, lentamente, se
permitía desbordar los límites del mero entretenimiento. Cuando Fernán Gómez
escribió El viaje a ninguna parte en 1985, él había conocido ambos modelos. La
compañía de cómicos Iniesta-Galván, cuyo declive él empleara para contar el fin
de un modelo teatral que perdurara mayoritariamente desde el siglo XV se había
muerto de precariedad. Lo itinerante fue sustituido por formas de ocio que
llegaban para quedarse. El ocaso de lo ambulante creó el auge de la televisión.
Lo que unos llevaban de pueblo en pueblo, lo llevó y asentó de forma gratuita
la tv. La demanda de un formato de ocio, al que solo los toros y el
cinematógrafo hacían sombra, fue sobrealimentada, hasta el hartazgo actual, por
la programación de un medio que pronto copió el modelo que fagocitara: los mil
canales actuales son el molde actualizado de aquel repertorio, en el que una
misma cara podía ser, como hoy, la de un romano, un señorito de provincias, un campesino
chino o un revolucionario francés con solo desenrollar una tela diferente.
Si el destino de las compañías ambulantes tenía los días
contados, Fernán Gómez creó una imagen de poderosa fuerza, y crueldad a la
altura, que al tiempo abriera una ventana a su supervivencia y la cerrara de
golpe, en esa oportunidad que se le presenta a Arturo Galván –el más señero
actor de la compañía, el más maduro, el más sabio acaso- para cumplir un
pequeño, y rentabilísimo, papel en una película. El ocaso de su modo de vida no
estaba en los modos que las comedias exigían, sino en los cambios que las nuevas
audiencias imponían, y Gómez, quizá porque bien conoció el capricho que
ignoraba las causas sensatas, o al menos previsibles, para elegir, no pocas veces,
las irrelevantes, eligió para su patriarca de ficción el más cruel de los fracasos
justo cuando su única esperanza parece materializarse: Arturo Galván es incapaz
de realizar sus tomas porque su dicción exagerada, teatral en el peor modo
posible, formada en décadas de profesión, es patéticamente inútil, zafia, grotesca,
en el entorno nuevo –el cine- que podría venir a salvarle. No así, no por esto –merecría
haber dicho Galván.
Pero ninguna puñalada es más extraña al corazón de esta
compañía de cómicos que la que viene de escuchar cómo el gobierno subvenciona
una representación teatral para que ésta sea gratis, creando así un competidor
inabordable. El viaje que escribió Fernán Gómez existía, pero el frío que
helaba sus mañanas al raso era el de un mundo nuevo al adelantarles. Es el
mismo que, hasta hace unos pocos años, devolvió a la idea aniquilada parte de
su mérito, al convertir a los montajes pagados por el Centro Dramático Nacional
en obras ambulantes que partían de Madrid o Barcelona para llegar, con suerte, también
hasta algunas de las poblaciones de las que fueran expulsadas para siempre los
Iniesta-Galván cuarenta años atrás. Como un viaje interior, que honrara también
la peripecia de aquellos cómicos por lograr, como fuera, la cara que un
personaje requiriera, Miguel Rellán se asoma estos días, como el patriarca Arturo
Galván, al Valle Inclán casi tres décadas después de ser, en la película
dirigida por Fernán Gómez, el doctor Arencibia.
e ratas
El riesgo de inflación o deflación que tiene a las
economías nacionales entre tenazas siempre, y que por estos lares genera
comunicados puntuales del BCE que llaman a prevenir una u otra se basta, en su
urgencia macroeconómica, para ignorar que el salario medio pierde poder
adquisitivo a la misma velocidad a la que el sueldo de quienes dirigen las
empresas se propulsa sin pausa hacia la estratosfera. La inflación o deflación
hincha o sangra la economía y fuera de tan anchos hospitales nadie clama que el
salario es un precio más, que la hora de trabajo –empleada, sí, para pedir productividad-
es un tomate, una noche de hotel, un kilovatio. La deflación salarial corroe un
país a corto plazo como la inflación insosteniblemente ganada lo hace a medio
plazo. Los precios caen desde el mismo lugar desde el que lo hacen los
salarios, pero son aquellos los que alarman, porque la mano de obra es hoy el
ingrediente de lo producido y no su razón de ser. La deflación salarial
alimenta, por el otro lado de la cuerda, la aberrante inflación que engorda el
sueldo de los directivos. Pero si aquella sirve para justificar despidos, ésta
es solo el bonus acordado por recortar hebras al otro lado de la soga. Los
costes laborales –se lee en El País 3.3- caerán un 0,6% en la eurozona los
siguientes dos años. Que las cosas necesiten costar siempre más mientras los
sueldos necesitan costar siempre menos cuenta lo que Soylent Green (1973)
mostraba al final: que eres solo un producto esperando su oportunidad.
05 marzo 2014
Un país en la tercera fase
Hace solo unos días podía leerse en el periódico, por la
mañana, noticia del aniversario del intento de golpe de estado y, por la noche,
asistir a El encuentro, de Luis Felipe Blasco Vilches, sobre la reunión secreta
que mantuvieron Suárez y Carrillo para tratar la legalización del partido
comunista, previa a las elecciones democráticas de 1975. Cuatro décadas
después, las brumas son el humo que Eduardo Velasco y José Manuel Seda fuman sin
cesar en la sala pequeña del Español, y así el encuentro Pinteriano de sus
posturas: si Suárez pide centrarse en el futuro y Carrillo en el pasado, ambos
hablan en realidad de un mismo tiempo, hecho de ambos y simultáneamente de su
negación mutua. La transición real, hecha de varias transiciones, sucedió antes:
la del pasado del partido comunista para convertirse en un trozo del puzzle
democrático que se gestaba. La que desde la extrema derecha debía desembocar en
una página del diccionario que sangrara menos.
Contado en la obra como un ejercicio de suspicacia y
encriptación de mensajes, es una transición que ocurría dentro del lenguaje
ante la imposibilidad de ocurrir a la luz del mundo real. Nada lo explica mejor
que la transición de la palabra “rey” hacia un lugar ideológicamente más
limpio, o solo más útil a una sociedad que, en ese momento, dependía más del
olvido de las nociones obvias que del bautizo chantajeado de otras nuevas. Usada
en la obra al mismo tiempo como un obús y la trinchera, la palabra “concesión”
no solo no significa lo mismo, sino que cada uno de los dos lados ve su
pronunciación ajena como una bala apuntada contra la generosidad propia. En el
texto de Blasco Vilches, como seguramente en la realidad, es un milagro que
ambos salieran vivos del abismo que separaba el olvido que uno pedía al otro. Porque,
despojados del presente que se niegan mutuamente, quienes acaban sentados en
las butacas enfrentadas son también hitler y stalin; el pasado respectivo del
que se acusan y el futuro que Carrillo no deja de ver.
Es una imagen clásica la de una gangrena que se trata
médicamente como el empeño en cerrar la herida, de forma que la mano que ha de
firmar no sangre mientras lo hace. Si la guerra es una guerra para Carrillo, el
advenimiento de la democracia es otra para Suárez. Si una se gana venciendo, la
otra se gana perdiendo, rindiéndose. Si Paracuellos es un crimen de guerra
desde un lado, la legalización del PCE es otro. Usted no sabe lo que es una
guerra –dirá Carrillo. Y lo que Suárez no dice es que aquel no parece saber qué
sea la paz. Esperar, reconstruir, moderar, aplacar… solo fumar parece ser la misma
idea para ambos. Finalmente, confiar exige la más complicada de las
transiciones –una que entienda perfectamente lo que está en juego y a la vez
logre olvidar lo que eso significa. Que en la obra Suárez acabe imponiendo a
Carrillo la lectura de un discurso escrito por el primero, pero que parece
escrito por éste, resuelve de un plumazo lo que sus esfuerzos por negociar no:
que siendo capaz de hablar como tú, de pensar como tú, de pedir lo que tú, qué
podría importar que no confíes en mí, si puedo fingir ser tú.
La apropiación obscena e impune del discurso ajeno, siquiera
contradictorio, hoy ya perfeccionada, y que tiene en la aspiración centrista el
hijo más logrado de lo que tocara cumplir a Suárez aquellos días, no oculta la
figura que, llegada de fuera de la historia, se esclerotizara a la sombra de la
necedad de ambos lados desde entonces: si el rey hubiera abdicado para
propiciar la república a finales de los noventa, su papel en la transición sería
el que los libros dicen que es –un engranaje engrasado por el dictador que acabó
por volverse contra la maquinaria. No lo hizo y, como estos Suárez y Carrillo,
exhumados, es hoy un espectro más, peleado como ellos por no ser su pasado y
solo su futuro. La lección que aquellos pugnan por aplicar en la obra es,
cuarenta años después, la que aquel rey necesitaba ver aplicada en 1975 tanto
como olvidada hoy: no se es un instrumento de un cambio sin entender qué acaba
siendo la maquinaría contigo dentro.
el evangelio según los idiotas
O cómo el mundo sería un lugar más sensato si rick perry, enrique rouco varela y alberto ruiz gallardón, entre tantos, hubieran sufrido leyes menos severas sobre el aborto de las que hoy mismo imponen.
02 marzo 2014
aviso a la población
Plantado el árbol hace tiempo, si algún hijo que aún no conozco está esperando el día adecuado, es su oportunidad.