La versión de Tres hermanas, de Chéjov, que Sanchis
Sinisterra muestra estos días en La Abadía, dirigida por Carles Alfaro, habría
gustado más a Shakespeare de lo que acaso a Chéjov, contada la historia de las hermanas
Prózorov como si fueran las tres brujas de Macbeth puestas a soñar una historia
rusa, tres siglos después. Solo que, puestas por Sinisterra a decir a todos los
demás personajes que han sido suprimidos, Masha, Irina y Olga acaban superando
el presente que Chéjov las puso a padecer y, en la vejez que recrean Julieta
Serrano, Mariana Cordero y Mamen García, son literalmente el futuro que temen. No
es un ápice distinto a lo que Chéjov condenó a tantos de sus personajes, pero sí
modifica la incertidumbre, el temor a la soledad que puso en ellos, pues, dicho
y leído desde el fracaso de sus sueños, más semeja el relato de un conjuro fallido
que la vicisitud aburguesada de tres jóvenes rusas por escapar de su destino. Puestas
a ser, respectivamente, el personaje y el portavoz de otros, mezclados los
miedos y las ilusiones vanas, más funciona el espejismo cuando más conoces la
obra. Es así como lo que podría ser la baza principal del montaje de Alfaro es,
probablemente, su agujero más hondo. Cuando Irina lamenta “a dónde se ha ido todo el mundo”, la mayoría no ha de saber de
quienes habla. Nunca estuvieron aquí, no hoy.
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