30 mayo 2010
Traducción simultánea
El lenguaje está para decirnos tanto como para simular que vive a nuestras órdenes. Luego hay matices: la gran literatura es susurrada en habitaciones vacías y la política, ladrada. Se lee en El País ayer al presidente de una comunidad autónoma –que, en lo práctico, viene a ser un canal de televisión paralelo al que ya se tiene y que no poco es empleado en vocear ideología- decir recientemente a un miembro de la oposición, acerca de su inminente procesamiento, “usted se ha acogido hoy a la único que les queda: el código penal; yo me acojo a la senyera y a mis conciudadanos”. Reluce así, a la vista de los sondeos que, a mayor y más nítida mancha de corrupción, más extiende, mimética, la mancha de intención de voto, esa otra cualidad del lenguaje, esta vez al alcance, no de quienes hablan sino de quienes al parecer no saben o quieren leer u oír: el lenguaje y su transparente realidad portada es, como ese otro infierno, los otros. “El sentimiento de honor perdido no es un conflicto psicológico, el honor es una forma de lealtad con los demás”. –recuerda hoy a Ferlosio Martín Garzo.
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