28 mayo 2010
Los jueves, cabriola
No es fácil ser presidente de un gobierno mientras el de la oposición lo es de una empresa. (Para apreciar la nula alteración del producto, inviértase el orden de los factores, en las próximas elecciones) Y no porque el segundo tenga su plan de negocio y sus accionistas –que también el primero. Sino porque mientras el partido en el poder tiene que lidiar con esa parte fastidiosa de sus actos que es verlos aplicados, y pagar por ello, el que espera su turno a la sombra puede permitirse el lujo de vivir a base de disociar hecho y consecuencia. No pocos consejos de administración de las respectivas empresas que se reparten el parlamento negaban ayer el apoyo a las medidas de reducción del gasto público, con la tranquilidad que da clamar en el desierto aunque los gritos sirvieran, dado el eco adecuado, para extenderlo. Podría pensarse que la negligencia ubicua con la que el gobierno da puntadas sin hilo ni patrón merece, en plena directriz correctora del mercado global, que también del mercado local le llegue la justa respuesta a sus desvelos. Pero si la metáfora que nombra gobernar como manejo del almacén no basta para alertar del cuidado de incendio que asola Grecia, no debería ser muy difícil pensar en cuánto más útil para todos resulta mantener al gestor, por incompetente que sea, hasta que su despido no afecte al edificio. Pero no. Arde la leña, aunque qué importa si el mono no se mueve mientras apuntas a su cabeza.
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