05 mayo 2010

mientas tanto

Un amigo chelista necesita en su currículum conciertos que no ha dado, lo que conecta con quienes, quizá en las mismas fechas, oyeron lo que hoy no recuerdan o asistieron a razones que ya no reconocen. Hacerlo en público es apostar a la baja: uno se duerme en mitad de una sinfonía o un cuadro y al salir no habla de lo mucho que le han gustado los fragmentos en que ha estado, y quién pronuncia “aquí seguimos” cuando fuera han encargado “te quiero”. Pero si, de tan ubicua, importa poco la farsa, al menos sí sus causas, y no ha de ser igual mentir para tocar el chelo en mejor sitio que inventar que estás de acuerdo con un programa político cuando lo que vienes de leer es el telediario, o simular que con las letras, sumadas, de “alimentar”, “vestir”, “dormir” y “transportar” sale sin problemas “educar”. En El balcón, de Genet, tres infelices enfebrecidos al atisbar el poder que les otorgan sus disfraces, son sacados del burdel en que la guerra les ha confinado, investidos de los mismos papeles que pagaban en sus ficciones sexuales: un obispo, un juez, un generalísimo. La metáfora es pura historia del hombre: sociedades, países, siglos, que son una visión, una pequeña mentira, geográfica, ideológicamente acotada, cuyo valor real no aterra hasta que miras el currículum.

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