10 mayo 2010
haarlem, 3
El barrio rojo se ve al mismo tiempo como una reliquia de la ética y un boceto cultural, apenas esbozado. Algo convenientemente agrupado, y por lo tanto aislado, que representa la mirada hipócrita sobre una actividad que es lícito comprar pero no vender, y también, con suerte, el primer eslabón de su normalización basada en algo que fácilmente es más honesto y socialmente inocuo que docenas de actividades criminales o directamente fomentadoras de idiotez que exhiben sus frutos sin farolillos rojos que los identifiquen. Hasta ese día mejor nombre es “barro rojo”.
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