17 octubre 2011

llegada de los que heredan


Por asombroso que parezca, a la pregunta de qué necesitamos más, si un cambio de gobierno o uno de forma de gobernar, 12 millones de personas probablemente aportarán en unos días lo primero, como si lo segundo fuera una emanación automática de lo votado. Si la imposibilidad de distinguir los errores propios de los que garantiza el entorno es casi segura, la de apreciar cuán la manipulación y la ruina prefieren el énfasis al argumento, la denuncia gritada al juicio cuerdo, es esperar un milagro. Y eso es justamente lo que se vota cuando no se vota un programa: un prodigio que, lástima, más aspira a la resurrección de una economía insostenible que a curar la ceguera de quienes creen que el declive de un sistema necio, criminal, de una prosperidad afiebrada se debe a las caras equivocadas al mando de la nave y no al diseño de la misma.
Que el candidato del partido socialista diga estudiar ahora la eliminación de los privilegios inconcebibles que la iglesia posee en nuestro país o anuncie la imposición a la banca de la dación como pago de la deuda es un insulto a la inteligencia, no solo de los que aún creen que, por definición, la izquierda está aquí para aportar a la sociedad algo de la equidad, la justicia o la sensatez que el abuso de poder ha consagrado como leyes no escritas. También a la de quienes juzgan que la campaña de no pocos de los que aspiran a gobernar desde la derecha más merecería el ridículo, el escarnio público que el premio que casi tocan con los dedos. También porque alimenta la peor de las excusas con las que se vota –que mentir, mienten todos. Que decir una cosa y aplicar la contraria es norma.
Pena con dolor se cura. Y se apresta a caer una visión mientras asciende otra entre el helio propio y el hundimiento del suelo en el que estamos. Y así, a la mezcla de incompetencia e impotencia del gobierno previsiblemente saliente, sucede la esperable llegada de un motor idéntico, solo que alimentado por el visible núcleo de mezquindad y espíritu obtuso que tan bien representan cospedal, pons, aznar, aguirre o camps. Y en cuyas ruedas –hechas de quienes no saben o no quieren saber que si hoy se creen lo que pisotea, mañana serán lo pisado- tan natural es ver cómo, en una convención del pp, el público corea “a por ellos, oé”, como que, imposibilitados de entender, nos refugiemos en cambiar.

2 comentarios:

Diego dijo...

¿Y si, como suposición, se cambiase el capitán,para que éste pudiera cambiar la nave?

Si no hay por dónde empezar, difícilmente podrá acabarse :P

uliseos dijo...

claro, pero cambiar el capitán no es la solución. La solución es leer el currículum del que se presenta para querer dirigirla.

Que viene a decir que las naves las rediseñan los ingenieros, no los que reman o llevan el timón.