02 octubre 2011

¿es a mí?


Dos paradojas asoman al exponerse a la trilogía imperial de Tom Stoppard sobre la segunda mitad del siglo XX en Rusia, y en el exilio británico y francés: la primera es que, contando la gestación y vuelo alternamente elevado y alicaído de las ideas revolucionarias que germinarían en el comunismo, se narra en paralelo con los azares sentimentales de todos ellos –Herzen, Bakunin, Turgueniev…- que en plácidos y bienhumorados triángulos amorosos comulgan en carne propia el hermanamiento que tras vestirse de nuevo vierten al pasquín. La segunda tiene que ver con la gravedad extraña con que el magnífico reparto ruso sale a saludar al patio de butacas puesto en pie, como un oficinista que no entendiera el entusiasmo ajeno por su labor. Donde la paradoja está en que un texto sobre la gestación de la revolución del proletariado… obligue a sus intérpretes a trabajar durante las diez horas seguidas que exige representar la trilogía completa el sábado tras haberla contado, en trozos respectivos de tres horas, desde el miércoles. Y en cuyos rostros hieráticos acaso se cuenta también el ambiguo encuentro de arte y estricta funcionalidad que Stoppard ubicó en medio de su tercera parte:

Doctor: ¿Pushkin? ¡no le sirve a a nadie para nada! Olvídelo, un buen fontanero vale por veinte poetas… para libro útil, me quedo con No más hemorroides, de Mackenzie.

Turgueniev: … si alguna vez tiene hemorroides, ahí va un consejo: me di cuenta de que leyendo al doctor Mackenzie, no hacía más que pensar en las mías, mientras que, leyendo a Pushkin, me olvidaba de ellas por completo.

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