17 abril 2006

weimar, casi al tiempo

Con el tiempo, para la derecha nacionalista luchar por la nación se convirtió paulatinamente en luchar contra los socialistas y, lo que era lo mismo en muchos sentidos, contra los judíos. De hecho, el SDP había sido fundado en Viena por un intelectual judío, Victor Adler, en 1889, configurando la conjunción de intereses proletarios y de la inteligentsia burguesa que se mantendría en alemania durante toda la república de Weimar. Muchos de sus dirigentes eran de origen judío , al igual que los líderes comunistas –como Rosa Luxemburgo, Kurt Eisner, del soviet de Munich, o el espartaquista Karl Liebknecht. Por otra parte y casi en contradicción, los judíos comenzaron a ser definidos como símbolo del capitalismo. En Berlín, donde los judíos conformaban apenas el 5% de la población, pagaban el 30% del total del impuesto a la renta y 30 de las familias más ricas de Prusia eran judías. Los nacionalistas que luego serían nazis identificaban a los judíos con dos formas de internacionalismo: el de la izquierda comunista-bolchevique-socialista y el del capital que, como se sabe, no tiene patria. Cuanto más nacionalistas se volvían los alemanes, más extranjeros e indeseables eran los judíos. La ecuación que la derecha intentó resolver fue la de brindarle al proletariado, sobre todo a los obreros cualificados, categoría de burgueses para sustraerlos de la lucha de clases, lo que significaría al mismo tiempo el abandono de posiciones materialistas marxistas por el idealismo nacionalista del Volk y la comprensión de que el verdadero enemigo no era la burguesía, sino el capitalismo judío y explotador. Ni los sectores progresistas de centro ni la izquierda, dentro de la cual el encono entre socialistas y comunistas fue creciente, lograron romper la alianza entre la derecha conservadora y la extremista. -de Negocios son negocios, Daniel Munchnik.
En la confluencia de opuestos como su adscripción a la fundación del socialismo alemán y el que aportaran un tercio de la renta nacional por entonces, la asociación que unía al inventor –judío- del marxismo y el uso que de sus teorías amenazaban los sistemas occidentales desde Rusia, inclinó la balanza de la imagen con que los nazis demonizarían a los judíos hacia la usura explotadora y conspiradora ligada a su peso económico, reconocible en las calles y al que su religión –visible y viva- no ayudó a ver como alemanes dotados de cierto sentido grupal, o racial si se quiere. No hubiera sido tan transmisible la asociación de lo judío con esa forma extrema de socialismo que era el comunismo , y de no anularse a sí misma, en el miedo al rojo de rusia, la resistencia desde posiciones de izquierda moderadas hubiera, quizá, sorteado esa mimesis inducida con el capital que, azuzado contra el pueblo las reparaciones que impuso la convención de Versalles, les apuntó como poseedores de lo que las potencias exteriores robaban al país. El que esa prosperidad no pudiera ser negada fue, desde la propaganda nazi, como iniciar –con un modelo a escala- la venganza en casa antes que fuera de ella. Versalles son ellos –venían a decir.

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