Yo le digo que meter una pala excavadora para limpiar una calzada romana es un exceso, y él, que hasta hace un momento ha insinuado algo semejante, me pregunta con gesto de intriga a qué me dedico yo. Y yo, para impresionarle sin concesiones, le digo que soy arqueólogo y que estudié durante diez años en Madrid; y él me sorprende despreciando el dato y me insiste en que le diga a qué me dedico; y yo le digo que tengo una plantación de frutales; y él me responde que entonces puedo hablar como agricultor, pero que como arqueólogo mi opinión no sirve más que la de otro, pero eso sí (y me sonríe), que reconoce el valor de mi criterio como profesional de lo que mi obsesión vital, en definitiva, me ha marcado la existencia: hacer hoyos...
Entiendo sus razones, ya que uno, profesionalmente, no es más que aquello que la experiencia le confirma, porque la aptitud resulta inútil a menos que sea usada. La profesión, cualquiera que sea, puede ser una actividad extraña a uno. Uno puede “ser” abogado del mismo modo que pasó las paperas, o formó parte del coro de la parroquia... Conozco grandes fontaneros que se dedican a vender coches, mecánicos formidables que son capaces de desmontar su coche pieza a pieza y que andan haciendo fotocopias, un médico que tiene una pizzería, y hasta una filóloga que puso un negocio de telemarketing... tal vez por la importancia que le da al lenguaje. La profesión, en muchos casos, es un accidente (en todos sus sentidos en determinadas situaciones) del cuál, siempre hay que intentar recuperarse, mejorar, sobreponerse.
No soy ejemplo de nada, pero me divierte pensar en mi caso y ese descubrimiento que mi nuevo vecino me advirtió sobre hacer agujeros en la tierra. Aquella premonitoria afición por hacer el gua más profundo para jugar a las canicas, y la regresión profesional al más antiguo de los oficios: la agricultura. Espero las nuevas etapas en ese acercamiento al hoyo definitivo, al que me veré empujado para concretar el último accidente, la última profesión, la más difícil, la de ser un recuerdo.
4 comentarios:
El final queda bien. Se desemboca en él de forma natural. Vale, es lo esperable. Pero supongo que solo es una cuestión literaria. Te deseo algo tipo aéreo o marítimo.
por fin una dedicatoria merecida, a los Hoyos.... por que es un dedicatoria no?
anda, que has tardado!
y uno que intuye que ser un recuerdo ha de ser, acaso, de las profesiones que, una vez logradas, exigen menos responsabilidades. El corolario a esto es la postura de la iglesia -que tú avanzas: la profesión como accidente, del cual siempre hay que intentar recuperarse, mejorar, sobreponerse.
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