05 abril 2006

la montaña, viniendo

No ha leído uno acerca de Brokeback mountain que sea una historia de amor entre un homosexual y uno que no lo es. Quizá porque la mención al enamoramiento entre dos vaqueros estadounidenses ya contiene toda la información necesaria para generar atención se desdeña la transmisión de su explicación real y, por compleja, más valiosa: la de que la historia de amor que narra la película lo es entre un hombre al que le gustan los hombres –y las mujeres- y un segundo al que, gustándole sólo las mujeres, no puede evitar sentirse enamorado de un hombre concreto. Pero eso, cree uno, no convierte a éste último en homosexual, sino sólo en alguien enamorado de un individuo que, inesperadamente, resulta ser del mismo sexo que él. Quizá no ha de ser lo mismo sentir celos de alguien que ama, o se acuesta, con personas de su mismo sexo que sentirlos de quien lo hace con personas del sexo con el que se supone debe hacerlo. Y lo que parecería más doliente –que el miedo lo sea a esos lazos que la inmensa mayoría engrana con alguien del sexo opuesto- es en la película de Ang Lee el caso opuesto: así, mientras el vaquero enamorado de un único hombre posible experimenta celos violentos al saber al otro practicar sexo con otros hombres, éste –que no está un ápice menos enamorado de aquel que aquel de éste- apenas deja traslucir una queja silente o de expresión contenida al afrontar los lazos heterosexuales del otro. El que la relación lo sea entre homosexuales cuando están juntos y entre un heterosexual y un homosexual cuando separados no resta dramatismo al hecho de que hayan de vivir como esporádico y camuflado lo que constituye el deseo real de sus vidas, pero añade un matiz del amor que a la prohibición exterior añade sobrepasar las interiores al tiempo que se permanece dentro, prisionero de ellas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...es exáctamente lo que yo siento por ti, amor mío... Me acabas de coonvencer para ver una peli que ya me interesaba poco.