10 abril 2006

La autoridad (2) es una isla

Hemos vuelto a convocar a los sabios para que nos ayuden en la difícil tarea de estructurar la base filosófica sobre la que se asiente el nuevo Estado de San Borondón. Las primeras voces ya encontraron el problema en la propia estructura y apostaban por la elección de una opción anarquista y destructurada. Dos Passos nos dijo: no tengo suficiente fe en la naturaleza humana como para creer en el anarquismo, y Alan Benet nos cuenta una anécdota llena de matices en la que dice que “intentamos poner en marcha una comunidad anarquista, pero nadie cumplía las normas”. Pues claro, contestó la concurrencia. Necesitaremos autoridad aunque no creamos en ella nos advirtió Ernst Jungr, que parecía muy dispuesto a formar parte del núcleo intelectual del nuevo Estado, y Levi Strauss nos advirtió que la autoridad es el equilibrio de la libertad y del poder, y el desequilibrio es su situación permanente.
No creo que debamos asustarnos por la autoridad a estas alturas. Todos somos partidarios y fruto de una relación basada en la autoridad como es la educación. Chomsky nos recuerda que hay formas de autoridad tremendamente legítimas, “por ejemplo las de una madre y su hijo son de naturaleza autoritaria; pero toda forma de autoridad que no se base en una razón clara es injusta y tenemos derecho a revocarla”. Esto suena a Ilustración, a movimiento obrero, a pensamiento anarquista de nuevo...
Galeano nos regaló una leyenda titulada Autoridad y que, por su naturaleza, nos es cercana, y que incorporamos como parábola ejemplarizante para todos (que incluye a todas, lo juro) los habitantes de esta isla. Y dice que “en épocas remotas, las mujeres se sentaban en la proa de la canoa y los hombres en la popa. Eran las mujeres quienes cazaban y pescaban. Ellas salían de las aldeas y volvían cuando podían o querían. Los hombres montaban las chozas, preparaban la comida, mantenían encendidas las fogatas contra el frío, cuidaban a los hijos y curtían las pieles de abrigo.... hasta que un día los hombres mataron a todas las mujeres y se pusieron las máscaras que las mujeres habían inventado para darles terror.
Solamente las niñas recién nacidas se salvaron del exterminio. Mientras ellas crecían, los asesinos les decían y les repetían que servir a los hombres era su destino. Ellas lo creyeron. También lo creyeron sus hijas y las hijas de sus hijas.”
No deja de ser sospechosa la necesidad de autoridad, la seguiremos con atención...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Advirtamos que su paso al plural crea esa figura –las autoridades- cuya voz bebería de parecidos meandros si no llevara ese sospechoso fardo a las espaldas –competentes. Y sin embargo es éste el sentido que, en justicia, debería primar: el de obligar a la autoridad a demostrar su cualificación a cada rato: buena parte de la autoridad que toma decisiones aquí y allá es justo la ausencia de ese adjetivo que las identifique –autoridad necia, autoridad criminal, autoridad corrupta, y así. Lleve, con visible autoridad, cada ciudadano de la República de San Borondón el honor de pertenecer a ella. Principalmente porque en un metro cuadrado de terreno esas cosas se notan.