lease con la comprensión que merece la ignorancia:
Cuando la República alejó de Madrid en 1934 a los generales Sanjurjo, Mola y Franco, les iba a dar, paradójicamente, la distancia, la perspectiva necesaria para ver, agrupado, el efecto del levantamiento anarquista en Asturias y la vociferación del comunismo libertario, del súbito pronunciamiento de Cataluña como estado federal y de la quema de propiedades de la iglesia a manos de extremistas salidos del socialismo. De las tres manifestaciones contra la unidad del estado –y en la última de ellas, éste falló como garante de protección lo que sí defendería como minusvaloración en la constitución laica de 1933- dos de ellas lo eran conectadas con el gran temor rojo que venía de Rusia. La amenaza, injusta, del disgregado abanico de partidos socialistas de colapsar el país si la CEDA –unión de partidos de derecha- entraba en el gobierno tras haber obtenido casi la mitad de escaños en las elecciones de noviembre de 1933 no debió ayudar mucho al estamento militar a la hora de juzgar las virtudes de una democracia que se prohibía a sí misma el escoramiento hacia la derecha, pero no solucionaba la perpetua amenaza de vuelco hacia la izquierda.
pequeño exabrupto que no lo es contra la república sino contra quienes la abolieron: Si la estimación positiva de que disfruta la monarquía entre los españoles se debe a su acercamiento al pueblo, y sus usos y normas dejan de lado el aura de excepcionalidad conferida tradicionalmente a la corona, pierde sentido su mantenimiento. –Escribe Antonio Elorza en El País, 13.4. Plausible hoy únicamente en la lejanía de esa aura de excepcionalidad, su función en tiempos de paz no es tan ornamental como pueda parecer, pero en un país en el que las ideas, entre su defensa y los ataques sufridos, tienden a ser arrinconadas hasta tornarse extremas, no es mala idea –y una ya nada extrema en sus formas, como resalta Elorza- disponer de una presencia que, no expuesta a la contaminación constante de lo político y sus diatribas, tantas veces imbéciles, pueda tenerse a mano si un golpe de mala suerte se ceba de nuevo con la democracia, pistola o idea en mano.
Bueno, yo no me refería a los símbolos. Quería subrayar mi admiración por la labor de un sistema político de gobierno y unas personas de carne y hueso que en apenas 5 años pusieron en marcha lo que se venía gestando en la sociedad española desde 30 años antes. Y cómo los vencedores de la guerra se apresuraron a exterminar cualquier vestigio (humano y material) de sus avances. Algo que miro con una pena profunda.
Dice Javier Pradera hoy que Jorge Semprún ha expresado su deseo de que su cuerpo sea envuelto cuando llegue el momento en la bandera republicana porque para él simboliza SIMPLEMENTE la fidelidad al exilio y al dolor de los suyos, al margen de su reconociemiento al papel que desempeña actualmente la monarquía. Creo que esa es la palabra: fidelidad.
8 comentarios:
felicidades a tod@s!
aquel 14 de abril la gente se quiso como nunca
lease con la comprensión que merece la ignorancia:
Cuando la República alejó de Madrid en 1934 a los generales Sanjurjo, Mola y Franco, les iba a dar, paradójicamente, la distancia, la perspectiva necesaria para ver, agrupado, el efecto del levantamiento anarquista en Asturias y la vociferación del comunismo libertario, del súbito pronunciamiento de Cataluña como estado federal y de la quema de propiedades de la iglesia a manos de extremistas salidos del socialismo. De las tres manifestaciones contra la unidad del estado –y en la última de ellas, éste falló como garante de protección lo que sí defendería como minusvaloración en la constitución laica de 1933- dos de ellas lo eran conectadas con el gran temor rojo que venía de Rusia. La amenaza, injusta, del disgregado abanico de partidos socialistas de colapsar el país si la CEDA –unión de partidos de derecha- entraba en el gobierno tras haber obtenido casi la mitad de escaños en las elecciones de noviembre de 1933 no debió ayudar mucho al estamento militar a la hora de juzgar las virtudes de una democracia que se prohibía a sí misma el escoramiento hacia la derecha, pero no solucionaba la perpetua amenaza de vuelco hacia la izquierda.
ah, qué maravillosa la república!
... y sin la bandera también sigue siendo maravilloso, no os dejéis engañar por los símbolos...
pequeño exabrupto que no lo es contra la república sino contra quienes la abolieron: Si la estimación positiva de que disfruta la monarquía entre los españoles se debe a su acercamiento al pueblo, y sus usos y normas dejan de lado el aura de excepcionalidad conferida tradicionalmente a la corona, pierde sentido su mantenimiento. –Escribe Antonio Elorza en El País, 13.4. Plausible hoy únicamente en la lejanía de esa aura de excepcionalidad, su función en tiempos de paz no es tan ornamental como pueda parecer, pero en un país en el que las ideas, entre su defensa y los ataques sufridos, tienden a ser arrinconadas hasta tornarse extremas, no es mala idea –y una ya nada extrema en sus formas, como resalta Elorza- disponer de una presencia que, no expuesta a la contaminación constante de lo político y sus diatribas, tantas veces imbéciles, pueda tenerse a mano si un golpe de mala suerte se ceba de nuevo con la democracia, pistola o idea en mano.
Bueno, yo no me refería a los símbolos. Quería subrayar mi admiración por la labor de un sistema político de gobierno y unas personas de carne y hueso que en apenas 5 años pusieron en marcha lo que se venía gestando en la sociedad española desde 30 años antes. Y cómo los vencedores de la guerra se apresuraron a exterminar cualquier vestigio (humano y material) de sus avances. Algo que miro con una pena profunda.
Dice Javier Pradera hoy que Jorge Semprún ha expresado su deseo de que su cuerpo sea envuelto cuando llegue el momento en la bandera republicana porque para él simboliza SIMPLEMENTE la fidelidad al exilio y al dolor de los suyos, al margen de su reconociemiento al papel que desempeña actualmente la monarquía. Creo que esa es la palabra: fidelidad.
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