Han pasado ocho años desde que el gran Pablo
Vázquez, desde dentro de Sí, pero no lo soy, de Alfredo Sanzol, sufriera en
alta mar la añoranza de los Sanfermines, un dolor “de animal herido” que conjuraba, y perdía, en el escenario que
simulaba una discoteca en la sala pequeña del María Guerrero. Vázquez es estos
días, espléndidamente, el bufonesco Costra en el montaje de Trabajos de amor perdidos,
en los Teatros del Canal. Que es decir, el encargado de procurar el amor de los
personajes, saboteándolo. Extrañamente, ni una sola de las no escasas veces en
que el motto de la obra –“Navarra será el
asombro del mundo”- se repite, lo es en presencia de Vázquez. Como si, a
medida que las vanas promesas de negación del amor naufragan, el que más
supiera de ellas estuviera en otra parte. Probablemente en Pamplona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario