12 abril 2016

postal desde 1950



Las puertas de la nueva cárcel en la que entramos dan a espacios que parecieran seguir viviendo décadas atrás. El primer funcionario que nos atiende parece un conserje o un ascensorista. Los pasillos dan a otros pasillos como si compitieran en vejez, en estanqueidad a una mirada actual. Incluso los reclusos que asisten al taller, algunos de ellos de avanzada edad, parecen más vivos, más jóvenes que el lugar que los encierra. Al tratarse de una prisión escasamente poblada, la sensación es de desamparo, de olvido del tiempo además de condena a un solo espacio. Al contrario que en otras cárceles, uno siente aquí el peso de una repetición de las conductas disponibles que se parece demasiado a cómo el silencio se parece a sí mismo. Como si en vez de encerrar vidas, encerrasen un país que fuera de sus muros ya existe. Quizá es eso lo que hemos venido a ver: una cierta idea de un país condenado a no salir de sí. En el que sus hormigas quieren escribir.

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