La necesidad de disfrazar, de travestir tus
intenciones era algo más que un recurso al servicio de la historia en 1959,
cuando Billy Wilder y I.A.L. Diamond escribieron Con faldas y a lo loco. Lo que
el código Hayes no aprobó lo hicieron las carcajadas generales y mientras la
obligatoriedad de sus normas morales empequeñecía, la puerta de lo que se podía
mostrar se agrandaba. Un año más tarde Wilder y Diamond llegaron a esa puerta
con fórceps: El apartamento, estrenada en 1960, mostraba una parábola moral
sobre la precariedad laboral, y su corazón era aún más amargo: la infidelidad
mostrada, no como ensoñación en tonos pasteles que contara, cinco años antes,
La tentación vive arriba, sino como el espejo de la traición, el abuso de
poder, el engaño sin remordimientos añadidos.
En ese viaje Wilder y Diamond embarcaron temas que
iban a moverse a sus anchas en la siguiente década –los chistes sobre Castro en
la demoledora Uno, dos, tres (1961), la fragilidad del empleo femenino en Irma
la dulce (1963), el umbral de extorsión de las compañías aseguradoras en En
bandeja de plata (1966), la capacidad del mundo para hacerte desear estar
muerto en La vida privada de Sherlock Holmes (1970), las sorpresas del destino
del matrimonio longevo en Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (1972).
Pero El apartamento también portaba maletas de
viajes previos: viniendo del tortuoso rodaje con Marilyn Monroe en Con faldas y
a lo loco, Wilder y Diamond no fueron tímidos a la hora de contar la experiencia:
una de los ejecutivos que chantajea a C.C. Baxter/Lemmon para llevar a su
apartamento a cuantas mujeres pueden, le saca de la cama a medianoche porque
acaba de conocer a una mujer que se parece a Monroe. Si la comparación física es
opinable, no lo es la voz: un tan patético como cómico registro que cualquiera
identifica sin dudar como el de Monroe. Y que podría ser más afilado si Wilder
y Diamond no hubieran renunciado a dar a Joan Shawlee (la directora de orquesta
que reprendía una y otra vez a Monroe en Con faldas y a lo loco) un papel más
próximo al de la imitadora de Monroe en El apartamento.
Abarcando los cinco días que van de Navidad a
Nochevieja, las lecturas que permite El apartamento van de la metáfora de un
año que acaba tras cambiar a última hora cuanto te diera antes, al compendio de
los regalos que te traen solo para descubrir que no eran para ti, o que has que
devolver porque no son de tu talla. Uno, que viene de verla la pasada noche, prefiere
la que, en el mundo laboral o fuera de él, habla del año, es decir de la vida,
en la que no puedes entrar porque esa vida está ya ocupada, porque hay alguien haciendo
lo que tú querrías, ya no pensemos en que esa vida es a la que legítimamente
tienes derecho.
Jack Lemmon atraviesa El apartamento como si tratando de entender la frase que escucha al final de Con faldas y a lo loco –nadie es perfecto- a la que no responde allí, y aquí masca en silencio, decepción tras decepción. A la ironía oculta en el nombre de la compañía para la que trabaja –Consolidated life- Wilder y Diamond iban a sumar una más: tres años más tarde, Irma la dulce iba a dar a ambos –Lemmon y MacLaine- la oportunidad de repetir su historia, casi idénticamente. Incluido ese detalle: cómo las noches viejas podrían preceder a las noches buenas.
Jack Lemmon atraviesa El apartamento como si tratando de entender la frase que escucha al final de Con faldas y a lo loco –nadie es perfecto- a la que no responde allí, y aquí masca en silencio, decepción tras decepción. A la ironía oculta en el nombre de la compañía para la que trabaja –Consolidated life- Wilder y Diamond iban a sumar una más: tres años más tarde, Irma la dulce iba a dar a ambos –Lemmon y MacLaine- la oportunidad de repetir su historia, casi idénticamente. Incluido ese detalle: cómo las noches viejas podrían preceder a las noches buenas.
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