21 enero 2016

En un mundo más pequeño


Los temas que contiene En un mundo mejor (2010), de Susanne Bier, operan como ideas que se llevaran a la escuela mutuamente: la responsabilidad adulta en preservar a un criminal de tu opinión si ésta interfiere con tus obligaciones deontológicas; la forma en que enseñar la lección adecuada a un niño podría ser la que menos esté preparado para entender; y más globalmente, cómo la lección que un niño necesitaría entender es justo la que el resto de adultos parece despreciar explícitamente.
Y todo podría ser una misma toxicidad racial anclada en Dinamarca: el matonismo brutal que un niño ejerce sobre otros más pequeños es de la misma naturaleza –ignorada por los maestros que no ocultan saberlo- del que, en un taller de coches, permiten impasiblemente los compañeros del matón que agrede a un hombre pacífico y razonador. La razón última en ambos casos es la identidad de las víctimas: son suecos, no daneses. La violencia contra el extranjero, aunque hable tu idioma, vista como tú y sea en todo idéntico a ti, brutal en uno de los países más prósperos y civilizados del mundo, es contada en paralelo a la que el hombre agredido –un médico cooperante que trabaja en África- trata de paliar, igual de indefenso en ambos continentes.
La lección propuesta por Bier viaja de un niño a otro, del que es asesinado en la tripa de su madre a machetazos, solo para dilucidar la apuesta de qué sexo oculta el vientre henchido, al que, en Dinamarca, decide que la injusticia nacida del abuso por la fuerza bruta merece el castigo que la ley parece desatender o despreciar. El paralelismo sufre al cargar en el niño que vive en el lado civilizado un odio cercano al nihilismo, disparado en todas direcciones, y que permite compararlo con esa mezcla de crimen gratuito e indefensión física que sufre el señor de la guerra africano.
Solo que con ello se pierde equilibrio en el lado más enfermizamente desequilibrado –el danés. Merced a esos rasgos psicópatas en el niño que ansía vengar la brutalidad impune del mecánico, la historia que Bier más querría mostrar -el poco tiempo que podría transcurrir antes de que un niño considere algo profundamente injusto- se difumina en el relato ambiguo del precio de la justicia tomada por tu mano. Y para eso mejor serviría una conciencia adulta, más entrenada en el combate diario entre el deseo y el acto. El mundo es siempre mejor a ojos de un niño. El trance de perder esos ojos quizá generaría un drama más real si mientras lo intentan no dejaran de ser niños.

No hay comentarios: