20 enero 2016

Un calavera en Guanjuato


Una de las ventajas de los maestros recientes es que sirven también para sobreponer un estilo adecuadamente volcado sobre el de quienes, antes que ellos, lo expresaban con más voluntad que pericia. Así, el cine va ganando en Paolo Sorrentino lo que Peter Greenaway parece haber llevado al límite del desperdicio. Y casi parece adrede estrenar Juventud, de aquel, apenas quince días después de llevar a salas, y verla evaporarse, Eisenstein en Guanajuato, de éste. Peripecia de su iniciación sexual durante su estancia en México en 1931, contado mediante elipsis todo lo que no sea el acto sexual –en sí explícito-, la película de Greenaway, espectral a ratos como si honrara el metraje que Eisenstein dejó rodado, es tan alucinada en el retrato de ficción como irritante en el espejo real.
Mostrada su estancia en México como un acto de desatino y hedonismo descerebrado, ofusca lo único de lo que Eisenstein podría esperar compasión: pues por cada día de sol en México, iba a esperarle una noche interminable, pesadilla del esfuerzo, la impotencia y la amargura que debió afrontar, incapaz no solo de terminar de rodar, sino siquiera de poder montar el material. Solo décadas después de muerto, uno de los operadores que viajaran con él a México ordenó como pudo el material a partir del story board dejado por aquel.
El resultado es desigual, acompasado al ritmo de unas melodías dignas de Mantovani o del gremio de fabricantes de ascensores, que se contempla con una mezcla de pena y desperdicio que no decae. Lastrada, entre otras cosas, por un uso inequívocamente volcado hacia la causa comunista de un material que le fue encargado a Eisenstein con la condición de evitar justo eso. El documental que nunca fue se comercializa hoy en dvd como un monstruo de Frankenstein cuyos trozos no pudieran defenderse. Entre el Jack Lemmon de La carrera del siglo y el Tom Hulce que encarnara a Mozart en Amadeus, el Eisenstein de Elmer Bäck –depravadamente incoherente e infantilizado- hubiera gustado a Stalin. Seguramente tanto como una película de Greenaway sobre éste habría gustado a Eisenstein. A igualdad de fidelidad en la mirada, al menos la fantasía dolería menos.

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