02 enero 2016

Sea



Mientras una exposición en la Fundación Telefónica honra estos días el futuro fabulado por Julio Verne, una segunda, situada en la planta de abajo, podría recrear el pasado sin necesidad de mucha imaginación. Diseñadas para desplazarse por las playas de Holanda, donde el viento, por su constancia, es otra forma de arena, los artefactos de Theo Jansen, ensamblados a partir de plástico en sus formas más diversas que pareciera haber sido sacado de una vida previa y más práctica –botellas, tubos, cables-, más parecerían haber salido del mar un minuto antes, ser una especie marina a punto de dar sus primeros pasos respirando oxígeno no mezclado con hidrógeno.
El video que se proyecta en sesión continua, muy parecido a este, muestra sus artefactos como si criaturas varadas, infantiles, que aún no supieran qué hacer con sus miembros en el nuevo entorno, sometidas a una presión atmosférica no experimentada. Que no por nada recuerda también al Mars Explorer en suelo marciano, y un poco más allá, a alguna de las creaciones que Ray Bradbury imaginó en sus relatos llenos de seres que nunca parecen aclimatarse al suelo que pisan, sea terrestre o marciano.
Mientras llega la hora diaria en que alguno de los trece especímenes de Jansen se anima y da algunos pasos por la sala diáfana, la impresión es hallarte paseando entre osamentas, el puro esqueleto, unido con celofán antes de que la idea que representan, su forma imposible, antediluviana, se deshaga para siempre. Y lo hará. El 17 de enero. Yo iría. Otra vez.

No hay comentarios: