27 marzo 2007

y si siempre pasase todo

Sería más fácil, más informado, si, trimestral o semestralmente, todo partido en la oposición hiciera público por adelantado, a la manera de un programa electoral en tiempos de paz, su versión de la realidad, esto es, las políticas a seguir en cada uno de los temas, minuciosamente descritas a fin de hacer notar después, cada vez que el gobierno de turno se equivoque en cada minuto de decisión tomada, cuán acertadas fueron sus propuestas a la vista de cómo se desarrolla el mundo en cuanto alguien que no es uno ejerce el poder para función alguna. Fuera así, por escrito y avisadamente, y el país se ahorraría diariamente la impresión de que, como ha de ocurrir –no hay otra explicación- con el esperma acumulado en el cerebro de sus socios de la curia, más que un excedente de preclariedad lo que se extrae en baldes cada mañana de sus sedes es, lisa y llanamente, heces que no les caben dentro y con las que no saben qué hacer y de las que culpan a quienes pasan por la calle, y para los que desean no sólo la mosca en la oreja sino dentro, como ellos, de la boca. Sin ir más lejos –ni un centímetro-, la iglesia católica exhibía en público el pasado viernes sus opiniones sobrantes en barreños rebosantes de deseos de abolición del aborto en todos sus supuestos, de malestar por la posibilidad de divorcio, la promulgación de una legislación acerca de la eutanasia, o la condena de la promiscuidad sexual promovida desde las instituciones. No escasos medios de comunicación ofrecen también medidas concretas y probadas de cuán ventajoso puede ser adelantar sus previsiones acerca de cualquier aspecto de la realidad relacionado con las formas en que el gobierno las acomete, pues ello evita tener que cambiar la portada y no pocos de sus contenidos, y sólo una incierta suerte, o ese extendido gusto por la ventriloquia, les evita el prodigio de que sus lectores u oyentes prescindan de encender el periódico o la radio para escuchar lo que ya saben desde hace semanas o años. Uno no ha tratado de leer sus propias heces, y quizá en ellas esté el oráculo más claro posible –algún cáncer se lee en éstas- y por eso extraña que, en lugar de recurrir a métodos de lectura más higiénica –el café, las manos, una baraja de poker- se escoja desayunar a gusto con las manos o los oídos inmersos en las primeras. Extraño bouquet que, pronunciado, desde las tripas, en ese español no vendido a las hordas, suena hoy a boicot.
Hay una escena en la soberbia Cartas desde Iwo Jima en que a un pobre soldado al que toca vaciar la bacinilla llena de las heces de sus compañeros –suicidas a la postre, por cierto, a la salud de dios sabe qué honor-, ha de asomarse para ello al exterior y en ese trance casi deja la vida al arriesgarse a no volver sin ella, como quien guardara como sagrada la opinión más profunda del grupo al que pertenece. La cordura, lejos, también en balde.

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