23 marzo 2007

el precio está detrás

Un librero puede ser la persona que guarda en una bolsa lo que compras, o ser el que deja de poseer libros espléndidos para que pueda tenerlos uno. Lo segundo no implica necesariamente esperar que para ello los haya leído todos –y a idéntica generosidad aspiro a cambio-, basta que uno sienta que aprecia, como uno, lo que pasa de unas manos a otras. Es una forma de juicio que, como en todo gusto raro o virtualmente incompartible, tiene quizá aspecto del acompañamiento que ha de aproximarse a la necesidad de solidaridad que no sólo está ahí cuando invitado al libro ajeno, pues tampoco sabe bien uno para quién escribe, pero si, logrado aceptar la propia obra como una a la que ha de ponérsele precio, las manos de quien ha de hacerse cargo de elegir aquel a quien yo desconozco son unas valiosas, como de matrona que, en nuestra cabeza, sólo dejara de sostener las tablas de la ley para sostener y cobrar nuestro libro. No escoge el librero a quién vende qué, pero si el acto de comprar es tantas veces uno dubitativo, pudiera el librero compensar –completar- el aprecio del libro que no necesita menos quien lo escribe que quien lo adquiere. En ese trasiego de inseguridades uno es afortunado pues, sin necesidad de preguntar qué compro cuando lo hago, sé que, en ese fugaz momento en que los libros están dentro de una bolsa y ésta pasa de las manos de mi buen librero de la pza. de Santa Bárbara a las mías, los libros son de ambos. Para alguien que ama algo que se extingue, ningún momento es comparable a pelearse con otro por lo mismo.

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