El mar es una de las primeras orillas que sale al encuentro en el primer libro –biblia significa justo eso: libros- que salió de la máquina de Guttemberg, y a la luz del destino de tantos de aquellos viajeros que salieron del arca, uno piensa cuánto mejor hubiera sido que dios hubiera sumergido a noé en las instrucciones para fletar una imprenta. Sólo la biblia contiene 73 libros, acaso uno de ellos hubiera sido enviado a buscar una rama de olivo, quizá habría ido caminando sobre las aguas y hoy los libros serían, con suerte, ignífugos a prueba de tribunales compuestos por los asnos que descendieron de aquellos burros y no leyeron los libros suficientes antes de ordenar quemarlos. Cervantes hizo zarpar a los poetas malos en su viaje hacia el Parnaso, Shakespeare sugirió un mago cuyo poder sobre las olas emana de los libros leídos en su exilio en la isla a la que castigado. Quizá de vuelta de ella, Darwin descendió del H.S. Beagle en 1836 y con él, dentro de un libro, bajaron del barco millones de chimpancés, uno por persona que hubiera vivido o vivirá. Algo después, Kafka fabuló acerca de un mono -pensemos reencarnación de aquel Calibán- con la capacidad de hablar –y a la postre, leer- que, capturado y transportado enjaulado hacia europa, desdeña romper los barrotes pues a un ahogamiento sólo otro sucedería. Con toda certeza faltos de riego, trataban sus inquisidores a los libros de la mano de Ray Bradbury. Neruda una isla negra, Twain el Mississippi, Virgina Woolf –más humilde- el faro y las olas, la isla del tesoro Stevenson, el 75% de Homero es agua – sangre el otro 75%. Ya hace poco, Julian Barnes botó uno de sus libros de relatos con uno en que una docena de arcas van hundiéndose una a una, como el rinoceronte que esperara Durero y, que a pique el barco que lo transportara, hubo de ser semiinventado por aquel y es el que está en libros de todo el mundo. Si el arca un estuche de dios, y quizá no por nada el libro que lo mece –génesis- guardado en un nombre –pentateuco- que en vez de referir los libros, designa el estuche que los contiene, a favor de ese juego de cerrojos regalé hace años el libro de Barnes a un amigo pintor que durante un tiempo pintó arcas sobre yeso, enseña literatura y tuvo un barco cuando pequeño. El volumen breve que es la espuma. O ese otro libro, la caracola.
para jams.
1 comentario:
Apenas me queda tiempo de decir que este paseo por la playa llena de hojas y de olas se me hace corto... gracias
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