En el breve texto de
Anthony Short que acompaña la edición en dvd de la síntesis wagneriana que
Lorin Maazel grabó en 2000 con la Filarmónica de Berlín, aquel enlaza la
primera aparición de Maazel en Bayreuth, en 1960, con los lazos nazis que el
nieto de Richard Wagner, y gestor del festival en aquellos años, Wieland, había
acompañado del intento, no escasamente poco polémico, de despojar la obra de su
abuelo de la teatralidad forjada en el XIX y acercarla así a un formato en que
la música salida de la orquesta recobrara un protagonismo, una visibilidad, que
la parafernalia mitológica, y no tanto la voz que la expresa, arrastraban hacia
una suntuosidad escénica que acumulaba dorados en escena, quitándoselos a la
partitura. The ring without words (EuroArts 2012) recoge en algo menos de hora
y media motivos de la tetralogía wagneriana, que salen de la ópera tal y como
la conocemos para contar su historia sin sus narradores. Es esa voz simultáneamente
asimilada y hurtada a Wotan, a Brunilda, a Sigfrido, pero también a Wieland
Wagner y al nazismo con el que conviviera mientras éste forjaba una mitología
en tierra que precisaba justo de los disfraces que Wieland acabaría
desterrando, la que desde ayer incluye a Maazel. Sobre la inconfundible voz que
eres incluso cuando lo olvidas o lo ocultas, escribe Norman Lebrecht en El País
14.7: “No había otro capaz de espolear a una orquesta para que tocara como
la Filarmónica de Viena; sobre todo, si era la Filarmónica de Viena”.
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