17 julio 2014

QFWFQ


Dieciséis años después, uno vuelve a la misma sala a ver la misma obra en el mismo montaje. Y dos símbolos afloran que imposiblemente podía apreciar en aquella primera reencarnación: uno, cuán la primera obra que quizá recuerdo –ésta- ha acabado contando lo mismo –cómo el punto previo al Big Bang, que concentrara toda la vida posterior, ya la contenía ahí, agitada y ansiosa- que el teatro ha acabado siendo para mí, cómo la física cosmológica en que se basa la adaptación de Julio Salvatierra a partir del relato de Italo Calvino, Las Cosmicómicas, es, sin necesidad de metáforas, el aleph primigenio del teatro en mi vida. Y dos, cómo la conclusión de ese relato, en la figura de un hombre que, por amor, abandona la tierra para dirigirse a la luna, sin retorno posible, es también el eje de mi primer libro publicado. Para quienes asisten a la representación, estos días en La cuarta pared, sin reconocer esa doble, e insospechada, ansia de premonición, el momento es igualmente gozoso.


A P.
Y a C.

No hay comentarios: